Una justa defensa de la colonia Siria.
El Tiempo, Bogotá, 10 de julio de 1921, p. 6.
Atacar a la colonia siria ha sido siempre labor fácil de unos pocos individuos, enemigos gratuitos de los honrados y laboriosos miembros de esa colonia. Pero ¿se han analizado alguna vez estos ataques? ¿Se han hecho cargos concretos y probados de los cuales pueda deducirse que la colonia siria es perjudicial para el país en forma alguna? No. Fuera de injurias y de palabras, jamás ha podido acusarse a la gran mayoría de los miembros de la colonia siria de actos ningunos ajenos a la más estricta cultura y a la honorabilidad más perfecta.
Todo en las campañas que se hace contra los sirios es falso, hasta el nombre de turcos que se les da. Demuestra esto la ignorancia de los detractores de los sirios.
Los turcos han sido en todo tiempo los mayores enemigos de los sirios, a quienes han hecho víctimas de un martirio que dura ya muchos siglos y que ha merecido la reprobación universal.
Siria es una tierra legendaria y de civilización milenaria. Está separada de la Anatolia, o sea de la Turquía asiática propiamente dicha, por Armenia, y se halla poblada por una de las razas más nobles y bellas de la tierra. Los más hermosos ejemplares humanos han salido de esa faja de tierra admirable que va de Alepo a Jerusalén. Jesucristo es el compatriota de éstos sirios a quienes algunos atacan sin conocerlos.
Raza vigorosa y dotada de grandes condiciones para el trabajo, abnegada y sufrida cual ninguna, es la de los sirios. Si dondequiera que plantan su tolda saben triunfar, se debe esto a la inteligencia natural de que están dotados y a la energía de que saben dar pruebas. Esto es quizás lo que les acarrea odiosidades: pero sería mejor tal vez, antes que injuriarles, tratar de imitar sus virtudes.
Algunos órganos de publicidad de esta ciudad, inspirados tal vez por algunos miembros de menor cuantía de nuestro comercio que no han sabido resistir, como los sirios, a la grave crisis actual, se han dado en los últimos tiempos a la tarea de agredir a la colonia siria, en una forma absolutamente inaceptable y que por los términos usados y los cargos, bastaría para que no se les hiciera cargo alguno.
De falsificadores, contrabandistas, faltos de honorabilidad y aún hasta de propagadores de enfermedades tachan esos órganos de publicidad a los sirios. Nada más injusto ni más absurdo que semejantes cargos.
Ya La Nación en un sesudo artículo desbarata la mayor parte de estas acusaciones, pero ahora queremos nosotros decir algunas palabras más sobre el particular.
Sin duda, como sucede con todas las colonias y con todos los hombres, hay algunos sirios en ínfimo número, cuyos procedimientos pueden haber dado motivo de queja, pero la generalidad de la colonia es irreprochable.
¿Faltos de honorabilidad los comerciantes sirios? Y sin embargo en esta época de crisis la mayor parte de ellos conservan su crédito intacto porque han sabido cumplir sus compromisos y porque sus acreedores tienen en ellos la más completa confianza y les han dado facilidades para el pago. Esta confianza la han sabido conquistar los sirios merced a sus intachables procedimientos como hombres de negocios y a su laboriosidad, a su constancia en el trabajo, a todas sus excelentes cualidades que, si es verdad que en el campo del comercio les producen las utilidades que todo trabajador honrado tiene derecho a esperar, también lo es que les hace acreedores a la estimación general.
Se les tacha también de contrabandistas. ¿Dónde están las pruebas de semejante cargo? Los sirios establecidos en el interior de la república, reciben sus mercancías por conducto de casas y agencias tan respetadas como las de Pineda López & Compañía, Alzadora Palacio & Compañía, Banco Dugand y otras, como lo hace el resto del comercio de esta ciudad.
Además los sirios, sin relaciones políticas ningunas, sin influencias que les permitieran introducir contrabando ¿cómo podrían hacerlo? Este es uno de aquellos cargos forjados por la fantasía, y acaso por los sentimientos menos nobles. Si los sirios logran en el ramo del comercio utilidades mayores que otros comerciantes, se debe esto a su economía y habilidad. Y esto antes que vituperio merece elogio.
Quisiéramos no examinar la última de las acusaciones que se han hecho a los sirios porque es simplemente ridícula: la de que ellos importan al país muchas enfermedades.
¡Enfermedades esta raza vigorosísima, que podría darnos a nosotros un poco de la salud que les sobra! Casi todos los ejemplares de sirios que vienen al país, son verdaderos exponentes de fuerza y de vigor. En la Siria no se conocen las enfermedades existentes aquí. Las mujeres sirias son celebres por su espléndida belleza como que son descendientes de raza árabe que pobló a Andalucía y que dejó allí su sangre y sus costumbres. Los árabes expulsados de España, se radicaron luego en Siria y llevaron allí todas las excelencias de su raza. Muchos sirios han contraído matrimonio con damas colombianas y sus hogares son ejemplares, alegrados por hijos robustos e inteligentes, e hijas que son verdaderos modelos de virtud y de belleza.
Como ciudadanos los sirios no dejan absolutamente nada que desear. Cumplen, como los mejores, todas nuestras leyes y se amoldan perfectamente a nuestras costumbres. Son caballeros correctos que saben cumplir sus obligaciones sociales y comerciales. El descanso dominical tuvo entre los sirios los más firmes y entusiastas sostenedores. En días de prueba y de flagelo, son ellos los primeros en contribuir con su óbolo generoso y caritativo, a remediar nuestros males, y son los primeros en compartir también todos nuestros sentimientos nacionales.
Pretender achacar a los comerciantes sirios, como de manera simplista parece que lo entienden algunos, parte siquiera de la crisis comercial es simplemente una necedad. La crisis actual tiene sus fundamentos de todos conocidos y los sirios sufren como todos las mismas graves consecuencias. El exceso de mercancías importadas en el año pasado y los métodos comerciales de los americanos, quienes están ahora malbaratando las mercancías que no pudieron colocar a precios altos, son la causa principal de la crisis. Los sirios venden sus mercancías a precio bajo, como lo han hecho siempre, porque practican ellos el viejo aforismo de ganar poco para vender mucho, que es el principio en el que se inspiran todos los grandes comerciantes.
Si este sistema produce excelentes resultados a los comerciantes, no los produce menores al pueblo consumidor, que es el directamente beneficiado con los precios módicos. Pero en esta ocasión no ha sido este sistema el causante de la crisis. Ha sido, como lo hemos anotado ya, la enorme cantidad de mercancías americanas, malbaratadas por los agentes y representantes de las casas de aquel país, lo que ha contribuido a agravar aún más la situación del comercio.
Creemos haber cumplido con un elemental deber de justicia al defender a la colonia siria de los ataques apasionados y malévolos que se le han hecho, ataques sin fundamento y sin motivo ninguno. Quizás estas líneas contribuyan a destruir la mala impresión que aquellos escritos hubieran podido causar"1.
1El Tiempo, Bogotá, 10 de julio de 1921, p. 6.