Proyecto presencia Negra (fragmento)

Liliana Angulo
Proyecto Presencia negra [fragmento]
2007
Fotografía a color, edición de 6 + P.A.
6 piezas de 39,6 x 24,6 cm c/u
Colección Banco de la República,
registro 4753

Una taxonomía para el herbario de plantas artificiales

Alberto Baraya
Una taxonomía para el herbario de plantas artificiales
2002-2004
Instalación
30 fotografías de 37 x 50 cm y archivador metálico con 1250 fotografías de 10 X 15 cm
Colección Banco de la República, registro 4126

Utopía (fragmento)

Milena Bonilla
Utopía (fragmento)
2005
Fotografía a color
6 Piezas de 39,5 x 29,5 cm c/u
Colección Banco de la República, registro 4754



María Fernanda Cardoso
Corona funeraria
1990
flores plásticas, hierro, alambre y cinta
99 cm de diámetro
Colección Banco de la República, registro 1801



Antonio Caro
PROYECTO 500
1990
Achiote y acrílico sobre papel amate
59 x 78 cm
Colección Banco de la República, registro 1775



María Elvira Escallón 
SERIE NUEVAS FLORAS
2003
Fotografía a color
80 x 100 cm
Colección Banco de la República



Luis Hernando Giraldo
Un solitario
1998
Óleo sobre cartón
145 x 75 cm
Colección Banco de la República, registro 3880



Miler Lagos
CIMIENTO, BOOK OF THE RITTER VON TURN (DURERO)
2007
Talla sobre apilamiento de papel impreso (13 piezas)
Dimensiones variables, 13 bloques, 14x14x26 cm aprox.
Colección Banco de la República



Rafael Ortiz
Identitas
2002
Emulsiones acrílicas y óleos sobre tela
125 x 91cm
Colección particular, Bogotá



Alfonso Quijano
La cosecha de los violentos
1968
Xilografía coloreada sobre papel, edición 16/20
39 x 68 cm
Colección Banco de la República, registro 0392



José Alejandro Restrepo
El cocodrilo de Humboldt no es el cocodrilo de Hegel
1997
Matriz de offset. Edición 1/10
54 x 74 cm
Colección del artista, Bogotá



Miguel Ángel Rojas
Broadway
1996
Hojas de coca, plastilina
Dimensiones variables.
Colección del artista, Bogotá

 


Flora necrológica:imágenes para una geografía política de las plantas1

— JOSÉ ROCA

 

[…]las plantas interfieren en la historia moral y política del hombre; si ciertamente la historia de los objetos naturales sólo se puede considerar como una descripción de la naturaleza, no es menos cierto —según la definición de un pensador profundo— que los mismos cambios de la naturaleza adquieren un carácter legítimamente histórico si ejercen influencia sobre los acontecimientos humanos.

Humboldt y Bonpland, Ideas para una geografía de las plantas, 1803.

 

Muy probablemente el verdadero descubrimiento de América tuvo lugar a partir de la segunda mitad del siglo XVIII, cuando las expediciones científicas europeas viajaron al Nuevo Mundo con la intención de cartografiar el territorio y clasificar su fauna y su flora. A pesar de que el interés de los viajeros (esa rara combinación entre artista y científico) estaba enfocado principalmente hacia la geografía, la zoología y la botánica, ninguno pudo evitar ejercer un juicio crítico sobre las estructuras políticas y sociales que encontraron en sus viajes, como lo evidenciaron, invariablemente, en sus diarios y en la correspondencia que sostenían con Europa. La fascinación con el paisaje y la flora exuberantes contrastaba con la condescendencia y el desdén frente a las sociedades que encontraron; en el siglo XIX muchas de ellas estaban justamente en el proceso de establecer su identidad como nación, en medio de luchas internas por el poder.

Las observaciones de los viajeros sobre los grupos étnicos, por ejemplo, apoyaron la estratificación social derivada de la conquista y la esclavitud, en la que los grupos indígenas y negros ocupaban la escala más baja de la pirámide social y en la cual se ascendía en función de la cercanía con la raza y el modelo cultural europeos. Parte de la tragedia derivada de esta “nueva conquista” fue que por la vía de la mirada científica (acaso más contundente —debido a su pretendida objetividad y universalidad— que la ideología religiosa que acompañó la primera) se consolidó un orden social basado en la exclusión, estableciendo una hegemonía en donde desigualdades e injusticias evidentes desde una perspectiva actual fueron posicionadas como el orden natural de las cosas, un orden natural e incuestionable. De allí sin duda parten muchas de las disfuncionalidades sociales que han caracterizado nuestra difícil historia poscolonial.

El tema de la violencia había sido tratado de manera aislada en el arte colombiano desde los años sesenta, pero en el último decenio ha devenido recurrente; en el caso de artistas como Beatriz González, Doris Salcedo, José Alejandro Restrepo, Miguel Ángel Rojas o Juan Manuel Echavarría se ha convertido en un componente insoslayable de su propuesta artística. Pero el carácter de denuncia que aparecía en la distorsión expresionista de la pintura de los sesentas y en la gráfica política de la década de los setenta es abandonado y se privilegia una aproximación más sutil, alegórica y paradojicamente más “estética”.

En un contexto en donde las imágenes crudas han perdido, a fuerza de ser vistas, su capacidad de conmover, la estetización de las imágenes violentas logra, por contraste, devolverle a la imagen su visibilidad. Y si la imagen de la muerte se ha estetizado, ¿qué mejor símbolo que la flor, que se asocia en todas las culturas a lo bello, y en muchas de ellas a los ritos funerarios? No deja de ser sintomático que la imagen de la flor y el interés por la botánica en general reaparezcan en el arte colombiano en el momento en que la guerra se hace más cruenta. Y así como la mirada sobre el paisaje natural revela a la vez el escenario de la confrontación, la flor se sustituye metonímicamente a la muerte, su directa consecuencia.

El interés por la botánica, ciencia identificada en el imaginario colectivo con la empresa clasificatoria de la Ilustración, ha resurgido como tema y como estrategia artística en Colombia. Pero allí donde los viajeros vieron el signo de una naturaleza salvaje, pre-cultural, los artistas contemporáneos identifican los efectos a largo plazo de un modelo económico trasplantado (no hay que olvidar que las empresas científicas establecieron las bases para la explotación de los recursos naturales de las colonias) y de las asimetrías en la distribución de la riqueza que conllevó su aplicación. El territorio que cartografían es también distinto, transformado por casi dos siglos de guerras internas de diversa intensidad. Todas las manifestaciones posibles de la violencia han tenido lugar en el territorio colombiano, desde las luchas fratricidas por instaurar el modelo político de la nación hasta la violencia multiforme y anárquica de hoy, pasando por las luchas bipartidistas, la violencia de la dictadura militar, el terrorismo de estado, el terrorismo de izquierda, la violencia del narcotráfico. No es casual que en un momento de nuestra historia se propusiera como la flor nacional de Colombia al anturio negro: una variedad particularmente fúnebre de esta flor comúnmente utilizada en los rituales mortuorios. Flora necrológica, taxonomía social, botánica política. Ante la magnitud de los actos de barbarie, sólo la imagen más estetizante parece ser capaz de recobrar, por oposición, un sentido crítico.

 

 

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1. Fragmento de un artículo publicado en la revista Lápiz, diciembre, 2001.

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