Al formar este libro con base en fotografías de la Amazonia colombiana mi único deseo es el de compartir los años felices que viví en aquella selva tropical. No se pretende dar un cubrimiento total en ningún campo ni se trata de un informe técnico. Por el contrario, espero que los lectores disfruten de un asomo a las maravillas de la región apoyado con unos textos sencillos, directos y breves. No es fácil para un científico escribir un libro popular, en parte por nuestra tendencia a dar énfasis a los detalles. La preparación de esta obra ha sido, por lo tanto, una buena disciplina para hacerme concentrar en los aspectos más salientes sin la preocupación de tener que presentar toda la información pertinente. Si logro un libro que instruya y entretenga, con las lecciones de serenidad obtenidas en los años transcurridos en medio de la selva primitiva, estaré realmente satisfecho, pues así no serán solamente las ciencias botánicas las beneficiadas con mis trabajos. Es una tarea ambiciosa.
Ante la magnitud de la naturaleza de esta remota región uno se siente inferior al propósito. Varias veces he dejado de lado el proyecto, sólo para reiniciarlo por la presión de sentir el deber de compartir una experiencia que sólo unos pocos hemos tenido la oportunidad de vivir. Si hubiera abandonado esa responsabilidad, quizá por el resto de mi vida la conciencia me remordería por no haber retribuido algo de lo mucho que ese mundo bueno me ha dado. Si demoré la publicación fue por las dudas de que pudiera cumplir bien la tarea, pero ello me llevó a prepararlo mejor puesto que, en el fondo, una de las grandes lecciones que se aprenden al vivir en la soledad de la selva tropical es que las cosas deben tomar su tiempo, sin afanes indebidos.
Como joven botánico, armado con un reluciente doctorado de la Universidad de Harvard, decidí en 1941 empezar mis estudios de plantas medicinales, narcotrópicas y venenosas usadas por los indígenas de la Amazonia occidental. Poco imaginé entonces que la fortuna me permitiría disfrutar de 14 años casi ininterrumpidos en esa remota región y que luego, al regresar a Harvard en 1945, podría realizar nuevas visitas anuales a Colombia, sólo o con estudiantes interesados en la botánica tropical.
Durante los años de la guerra y poco después, mis principales esfuerzos se orientaron a la investigación de los árboles de caucho (Hevea) que son nativos de esa selva. Mi tarea incluía el aprovechamiento inmediato de los rodales silvestres para su uso en el esfuerzo bélico, y más tarde, para recolección de germoplasma utilizable en el mejoramiento genético de las plantaciones comerciales.
El noroccidente de la Amazonia es la región de mayor diversificación de Hevea por tanto era necesario estudiar la distribución fitogeográfica para comprender la evolución de ese género. Por lo tanto, mi plan de trabajo buscaba cubrir lo mejor posible el área de distribución de caucho y en especial los ríos donde se observaran mayor diversidad y otras peculiaridades de interés genético.
La mayor parte de mi investigación se concentró en la hoya amazónica de Colombia, pero adelanté estudios similares por períodos más cortos en la zona de Loreto y Madre de Dios del Perú, y en las de los ríos Negro, Madeira y Tapajoz del Brasil. Por tanto, es a la Amazonia colombiana, la parte menos conocida de esa inmensa hoya y que ocupa casi un tercio del territorio colombiano, a la que se dedica primordialmente este libro.
Durante esos años de exploración pude tomar miles de fotografías, muchas de las cuales, naturalmente, representan plantas y formaciones ecológicas. Ocasionalmente, sin embargo, aproveché la oportunidad para retratar otros aspectos de la región y de sus poblaciones, pero sin un plan definido.
La idea de preparar un libro con fotografías escogidas no se me ocurrió hasta 1953. En ese año presenté una exposición con 25 muestras de mis excursiones amazónicas en el Centro Colombo-Americano, que fue muy visitada, y allí mi gran amigo el doctor Jaime Jaramillo Arango, médico, diplomático, educador y hombre de ciencias y de letras, me insistió en la idea de ampliar la exposición y publicar un libro, lo cual me pareció entonces desmesurado y hasta presuntuoso. Posteriormente, ante la insistencia de muchos amigos colombianos, pensé que sería una contribución de algún mérito si pudiere realizarla.
Cuando empecé la preparación del libro me pareció que no debía ser simplemente una colección de ilustraciones. De éstas se han publicado varias muy buenas en años recientes sobre países de América Latina, pero pocas sobre el noroccidente de la Amazonia, y mientras más estudiaba el asunto más me convencía de la necesidad de dar al libro algo más que un simple atractivo geográfico.
La historia de las exploraciones siempre me ha interesado y me ha servido mucho mi biblioteca sobre ese tema en la América tropical. Este es un aspecto histórico que se ha descuidado en nuestros sistemas educativos, en la prensa y en la literatura científica. El explorador, en especial el científico, ha estado generalmente a la vanguardia de la penetración en las más apartadas y desconocidas regiones del mundo. Los logros de muchos de ellos serían notables aún en la época actual con la ayuda de las modernas medicinas y medios de transporte. La mayor parte de esos hombres tenían amplia educación y sentido de observación que les permitieron escribir interesantes recuentos de lo que veían y estudiaban, y entre ellos se destacan los escritos de Schomburgk, Von Martius, Humboldt, Spruce, Wallace, Darwin, Bates, Belt, Crevaux y Koch-Grünberg, para mencionar unos pocos cuyas páginas presentan la naturaleza en forma brillante y frecuentemente poética.
Me pareció adecuado, por lo tanto, aprovechar mi modesta contribución pictográfica para representar esta casi desconocida región del planeta, junto con fragmentos de algunos de los grandes exploradores del pasado. Me propuse encontrar textos adecuados para cada una de mis fotografías, y aunque muy poco se ha escrito sobre la Amazonia colombiana y sobre buena parte de América tropical me pregunté si no sería posible encontrar en la literatura sobre Brasil, Guyana, Ecuador, el Orinoco y regiones similares, fragmentos que expresaran, al menos para mí, el espíritu de las fotografías.
A medida que avanzaba en la búsqueda me convencía más de que la presentación de las ilustraciones con mis breves notas enmarcadas en un fondo histórico no sólo mejoraría el valor de mi aporte sino que me permitiría rendir tributo a aquellos exploradores del pasado cuyo espíritu emprendedor había hecho más significativo el trabajo de los exploradores modernos. He acudido, por lo tanto, a un gran número de cronistas en varios idiomas y he traducido los pasajes pertinentes con la esperanza de que los lectores puedan experimentar las emociones y la reverencia que tuvieron aquellos hombres ante la naturaleza, las cuales me alentaron en mis propias correrías por la América tropical.
Hay otra razón que me lleva a ofrecer a los lectores el conocimiento de las bellezas de la Amazonia colombiana. Esta región no ha sufrido aún el saqueo físico y cultural que está asolando a otras partes de la Amazonia como resultado de programas comerciales o gubernamentales eufemísticamente llamados de “civilización” y de “modernización”. El único río de la Amazonia colombiana que es navegable es el Putumayo; todos los demás son interrumpidos por numerosos rápidos, chorreras o saltos. Se puede decir que la naturaleza ha querido proteger la región contra los intrusos; los bosques no han podido penetrar desde Brasil y la presión de colonos del occidente de Colombia no es aún muy fuerte, fuera de algunas zonas del piedemonte de la Cordillera Oriental.
Hace algunos años escuché a un diplomático de otro país suramericano decir ante el Senado de Colombia que la Amazonia era “un desierto con árboles, los cuales había que talar para bien de la humanidad”. Afortunadamente en Colombia se está formando una sana mentalidad conservacionista y se ha aprobado una legislación destinada a promover el estudio y la conservación racional de los recursos naturales, así como el establecimiento de una admirable serie de Parques Nacionales y reservas biológicas. Naturalmente será muy difícil dar protección adecuada a esas reservas por falta de partidas presupuestales para vigilantes e investigadores, pero hay un creciente interés sobre esta materia. Un ejemplo reciente de esta preocupación se encuentra en un proyecto para la protección y manejo de un predio de 5 millones de hectáreas en el Putumayo para beneficio de su población indígena, promovido por la Caja Agraria.
Junto con la conservación de sus recursos naturales, Colombia se propone, por medio del impulso a los estudios etnobotánicos, aprovechar el saber indígena (alcanzado a lo largo de cientos o miles de años) sobre las propiedades de la flora nativa, antes de que ese conocimiento desaparezca por causa de la presión “civilizadora”, lo que podría ocurrir en una sola generación. Las investigaciones recientes de expertos colombianos y extranjeros están descubriendo valiosos conocimientos que demandan una conservación etnobotánica, pues ellos podrán desaparecer ante la amenaza de la “aculturación” aún con mayor rapidez que las propias especies animales y vegetales que se extinguirán por la devastación de la selva.
La preservación de esos conocimientos en una región florísticamente rica pero aún poco estudiada puede ser invaluable para los nuevos trabajos de los farmacólogos, fotoquímicos y nutricionistas modernos. Se ha dicho, por ejemplo, que “la cura del cáncer puede venir del conocimiento de las plantas por un médico-brujo”.
Las fotografías de este libro fueron tomadas, en su mayor parte, en la Amazonia colombiana entre 1940 y 1950. Aunque los avances en vías, comercio y actividades misionales han producido cambios (no siempre meritorios), la región permanece en condiciones muy similares a las de aquella época, hasta donde alcanza mi información. De hecho, la consulta de las obras de exploradores y naturalistas de hace un siglo o más, convencerá al lector de que poco ha cambiado desde entonces en esta parte de la Amazonia.
* Texto introductorio escrito por Richard Evans Schultes en 1988 para su libro Where the Gods Reign: Plants and Peoples of the Colombian Amazon, Oracle and London, World Wildlife Fund, 1988, pp. 4-7. Tomado de la traducción al español: El Reino de los Dioses: Paisajes, plantas y pueblos de la Amazonia Colombiana, Bogotá, El Navegante Editores, Fundación Mariano Ospina Perez, 1989, pp. 15-19.