La Amazonia Perdida: El viaje fotográfico del legendario botánico Richard Evans Schultes
Schultes en el cerro Campana  / Río Ajajú, 1943
Schultes en el cerro Campana
Río Ajajú, 1943
“Nada puede igualarse en serenidad a las cumbres de las antiguas y aisladas montañas cuarcíticas dispersas a lo largo de la Amazonia colombiana… Aquí, en las cimas planas, el botánico se halla literalmente en el “séptimo cielo”, pues la flora de estas montañas es extraña, endémica y en su mayor parte se encuentra aún sin estudiar”.
—Richard Evans Schultes, Vine of the Soul
Indígenas en Caño Guacayá danzando Kai-ya-ree  / Río Miritiparaná, abril de 1952
Indígenas en Caño Guacayá
danzando Kai-ya-ree
Río Miritiparaná, abril de 1952
“El Kai-ya-ree celebra en abril la maduración anual del chontaduro. Representada con grandes máscaras de tela de corteza, la danza dura por lo general tres o cuatro días”.
—Richard Evans Schultes, Vine of the Soul

“Era un gran hombre”:
Brian Moser habla de Richard Evans Schultes

Brian Moser es un reconocido cineasta y documentalista británico quien ha desarrollado durante su carrera una importante filmografía sobre Colombia. Conoció a Richard Evans Schultes durante su primer viaje a Colombia, en 1959, en la pensión de la señora Rose Gaul;  allí Schultes le dio instrucciones para emprender la Anglo-Colombian Recording Expedition, que realizaría junto con Donald Tayler entre 1960 y 1961. En esta expedición Moser y Tayler grabaron la música de siete diferentes tribus indígenas nacionales, incluidas algunas que habitaban en la Amazonia colombiana. A este primer encuentro siguieron otros, y también algunos desencuentros, que construyeron a largo plazo una relación entre estos dos expedicionarios extranjeros interesados en la Amazonia colombiana. Moser construye un retrato de Schultes a partir de las impresiones que le generaron sus distintos acercamientos.

Háblenos un poco de su relación con Colombia.

Llegué por primera vez en barco a Buenaventura, en junio de 1959, como geólogo en una expedición promovida por la Universidad de Cambridge. Desde un principio tuve un contacto armónico con la gente. Un recuerdo que tengo del arribo a Colombia por el Pacífico, es el de la música de las marimbas. Después viajé al centro del país, pues nuestro objetivo era investigar el territorio del Cocuy. Desde ese momento quedé encantado con Colombia y con sus montañas, y decidí quedarme. Tenía 24 años. En ese entonces me recomendaron como lugar de hospedaje la Posada Inglesa, que fue la base de Schultes en Bogotá durante doce años. Desde ese momento he estado en permanente contacto con Colombia pues, además de hacer un extensivo trabajo documental sobre las culturas indígenas del país, aquí encontré a mi mujer, Marina, quien curiosamente, al igual que la esposa de Schultes, es cantante de ópera.

¿Cómo conoció a Richard Evans Schultes?

Coincidimos por pura casualidad. Conocí a Richard Evans Schultes en la Posada Inglesa de la señora Gaul, durante mi primer viaje. Al principio reservado y distante, Schultes no se abría de inmediato ante las personas. Sin embargo, le interesaba el trabajo de estudiantes e investigadores jóvenes. Con insistencia logré convencerlo de la seriedad de mi trabajo y de mis intenciones frente a la selva colombiana. Me impactó por ser una persona muy amable con un sentido del humor muy seco; inmediatamente me di cuenta de que tenía un conocimiento brillante de la región. Una vez me tomó en serio, me dio los consejos que harían posible mi viaje posterior, habló con propiedad sobre lugares absolutamente desconocidos y ríos que no se encontraban en los mapas de la región, nombró los sitios donde me podía detener y me dio información sobre grupos indígenas, clave para entablar relaciones con ellos, y se refirió a los mismos con afecto, como sus amigos.

¿En este sentido, se podría decir que Schultes motivó su interés por las culturas indígenas colombianas?

Indudablemente sus relatos sobre los indígenas y los usos que estos hacían de las plantas para sus rituales fueron sumamente importantes para nuestra investigación. Inicialmente nos recomendó a Tayler y a mí visitar a la cultura cofán, en la frontera con el Ecuador. No sólo nombró a ciertos indígenas personalmente, mostrando que entabló relaciones particulares con ellos, sino que mostró el profundo afecto que sentía por cada una de las culturas y la admiración por la inmensa sabiduría que tenían. Adicionalmente, gracias a Schultes pudimos entrar en contacto con Gerardo Reichel-Dolmatoff y con Federico Medem, experto en reptiles, quienes muy generosamente compartieron con nosotros sus conocimientos sobre Etnología y Antropología el primero, y Biología y fauna de la región el segundo. Los tres eran íntimos amigos. Fue un trío extraordinario para el país en ese momento, ya que desde distintas áreas estudiaron a fondo a Colombia. No se quedaron en la selva semanas sino años conociendo, explorando y difundiendo sus hallazgos. Fue un trío increíble. No hay otra palabra para describirlos.

¿Usted diseñó su primera expedición a la Amazonia gracias a las recomendaciones de Schultes?

Sin necesidad de recurrir a sus apuntes me trazó el mapa de la región con sus palabras, a partir de las culturas y personas que conoció. Este recorrido verbal fue de inmensa utilidad, y en los meses posteriores habría de descubrir la precisión y agudeza de su memoria. Me gustó la idea de visitar el río Piraparaná, pues me dijo que nadie había hecho la travesía completa. Así, siguiendo sus historias, salimos de Mitú por el río Vaupés, subimos por distintos ríos y trazamos mapas de afluentes que nadie había registrado; llegamos finalmente al Apaporis y al enfrentarnos con el raudal de Jirijirimo, dimos media vuelta, pues según las recomendaciones de Schultes este era un pedazo imposible de cruzar por sus corrientes y rápidos. Un avión debía llegar a recogernos en ese sector y nunca apareció. Debido a esas circunstancias pudimos permanecer investigando más tiempo en la región y aprendiendo más sobre las culturas makú y tukano. Fue con los contactos de Schultes que pudimos salir de la selva por el Caquetá.

Estos mismos contactos fueron fundamentales en la conformación del equipo. Además de presentarnos a Reichel y a Medem, Schultes forjó relaciones que harían posible nuestro viaje. Cuando iniciábamos nuestro recorrido, nos conectó con Néstor Uscátegui Mendoza, quien conocía ampliamente el tema y fue clave para nuestra investigación sobre las culturas indígenas colombianas. Posteriormente, tuve la suerte de conocer al discípulo predilecto de Schultes, Tim Plowman quien me ayudó a dar contexto al trabajo sobre la coca.

¿Qué más recuerda de esas primeras conversaciones con Schultes?

Recuerdo mucho nuestras conversaciones al desayuno en la Posada Inglesa, siempre acompañados por el loro de la señora Gaul que caminaba sin vergüenza por todas las mesas mientras comíamos.

¿Qué otras recomendaciones le dio Schultes?

En los días en los que hicimos esos viajes todo era diferente y precario. No existía ninguna de las facilidades tecnológicas actuales. Entrar a la selva implicaba no saber cuándo volverías a salir. Andábamos con una brújula y equipos de sonido e imagen que cuidábamos con gran cuidado. Schultes, Reichel y Medem nos dieron a Tayler y a mí recomendaciones prácticas sumamente importantes, como por ejemplo qué cámara usar para las expediciones por la selva. Sugirieron una Rolleiflex que, además de ser una cámara robusta y tener una excelente definición, contaba con una caja hermética que la hacía flotar; además, nos sugirieron usar una caneca de leche para almacenar los rollos de las películas. En su concepto, lo más importante que debía cargar en mi equipaje era arroz, y la verdad es que en ese instante quedé un poco desconcertado porque pensé que en la selva la alimentación no sería un problema. No obstante, el asombro fue mayor cuando me dijo: “si tienes un accidente y los equipos caen en el agua sácalos pronto, crea un fuego y tuesta el arroz, después envuelve los equipos en el arroz tostado y este absorberá toda el agua”. Cuando efectivamente caímos en un raudal, los rollos de película se salvaron por estar en una caneca de leche, la cámara flotó gracias a su compartimiento hermético y, finalmente, una combinación entre el sol del día, el arroz tostado y el gel de silicio absorbió el agua de la cámara. En cuestión de días pudimos seguir filmando. Gracias a los consejos prácticos de Schultes, Reichel y Medem superamos un incidente que de otra manera nos hubiera obligado a finalizar nuestra filmación con las manos vacías.

¿Cuéntenos un poco qué sucedió con su libro The Cocaine Eaters?

Uno de los temas que más nos interesó durante el desarrollo de nuestros proyectos en Colombia fue el uso de la coca por parte de los indígenas para hacer sus rituales y trances espirituales, y esto fue lo que quisimos trabajar con Donald Tayler en The Cocaine Eaters. Una vez el libro estaba listo para ser publicado, Schultes desaprobó el nombre pues precisamente parte de su trabajo como etnobotánico radicaba en la marcada diferenciación entre la coca, utilizada por los indígenas en su vida cotidiana como estimulante y remedio, y la cocaína procesada, que no tenía ninguna virtud dentro de las culturas ancestrales del mundo amerindio. El nombre “The Coca Eaters” fue rechazado por nuestro editor quien dijo que en un mercado anglosajón la palabra “coca” remitiría más al cacao y al chocolate que a la cocaína. Finalmente Donald y yo cedimos ante la solicitud de la editorial. Schultes nunca nos perdonó por aceptar este título.

Entendemos que usted pudo visitar a Schultes en Harvard. ¿Cómo se veía en su oficina?

Schultes estaba siempre impecable, con anteojos redondos, bastante modernos para la época, y su chaqueta de tweed. Era un tipo muy preciso y muy bien puesto físicamente. Su oficina reflejaba exactamente eso: estaba llena de plantas y especímenes recolectados durante años de exploraciones en lugares de difícil acceso para extranjeros, y a la vez reflejaba una extraña compostura. No deja de sorprenderme que aun en las fotos de sus viajes a la Amazonia, tomando en cuenta las difíciles condiciones en las que debía encontrarse, aparezca impecablemente vestido y aseado. Su oficina daba la misma impresión.

Aquí en Bogotá Néstor Uscátegui y Hernando García Barriga, del Instituto de Ciencias Naturales de la Universidad Nacional, guardaban sus plantas y siempre tenían torres de papel periódico donde conservaban sus ejemplares. Este fue en realidad su centro de operaciones en Bogotá.

¿Por qué cree que los indígenas querían tanto a Schultes?

Por ese interés respetuoso que tenía de sus plantas y sobre todo porque quería aprender sobre los usos que ellos les daban. Schultes no quería explotarlos sino más bien entender su cultura. Valoraba su conocimiento de la naturaleza y quería aprender de ellos. Había un contacto muy especial de Schultes con la gente y sobretodo con los indígenas, era muy amable y humano. Tenía un inmenso calor de espíritu y era muy humilde frente a su propio conocimiento, aceptando los aportes y conocimientos que cada cultura podía brindarle. En las malocas de Mirikiparaná que pude visitar, los indígenas lo recordaban con mucho cariño y me decían: “Schultes siempre bailaba con nosotros”.

Creo también que la  influencia de Schultes fue en doble sentido, pues posibilitó un conocimiento internacional de los usos de las plantas por parte de los indígenas, pero también dio a los indígenas conocimientos que no tenían previamente. Por esta razón, estimo que sí hubo un intercambio real de conocimientos. Francamente me quedo sin palabras para describirlo, era un tipazo, he was a great man.

¿Si tuviera que ubicar a Schultes en el desarrollo de las ciencias naturales colombianas que diría?

Su importancia es central, y la única manera de ubicarlo es junto a los otros dos grandes investigadores y exploradores del momento: Gerardo Reichel-Dolmatoff y Federico Medem. Este trío no encuentra punto de comparación; no hay igual. Ellos establecieron los pilares de las exploraciones investigativas y mostraron que la investigación se debía basar en un denso y profundo trabajo de campo. Schultes, en particular, fue esencial para el desarrollo de la Etnobotánica. Es increíble pensar que duró tantos años en la selva en contacto directo con los indígenas, buscando proteger sus tradiciones. Lo querían mucho.