A mediados del siglo XIX, la ciudad de Mompox ya no tenía la importancia comercial que tuvo durante el período colonial. Los cambios en el cauce del río Magdalena debilitaron su actividad comercial y le otorgaron ventaja económica a su rival Magangué. Aunque los barcos a vapor empezaban a reemplazar el transporte en champanes impulsado por la fuerza de los bogas, sus cantos melancólicos para apaciguar las arduas faenas permanecía como parte de la riqueza oral de los pueblos ribereños. En este ambiente nació Candelario Obeso, y el mundo de los bogas marcaría su producción literaria.
Los bogas hacían diariamente el penoso ascenso y descenso del río Magdalena. Su presencia a lo largo del río dinamizó la vida económica del país y dejó su impronta en las manifestaciones culturales de la región.
“De los bíceps y del ánimo versátil de los bogas dependió en parte, la vida política y económica de la Colonia y de los primeros treinta años de régimen republicano […] el alma primitiva de los bogas carecía de valores perdurables en su sorda lucha humana. Incluso en sus diversiones se la jugaba toda, como en la caza de caimanes con una pequeña estaca de puntas afiladas que introducían en la jeta bestial. […] Así, en los encuentros de los champanes, cuando las tripulaciones soltaban los más obscenos insultos, entremezclados con ruidosas carcajadas; a la hora del almuerzo al amparo de los barrancos; en sus atroces luchas que terminaban en abrazos; con el cuerpo enterrado en las arenas de las playas para defenderse de los mosquitos y jejenes; a la llegada de los poblados detrás del alcohol y del sexo, como, también, en las insurrecciones suyas que terminaban en bulliciosos fandangos”.
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“Memorias del río Magdalena”,
Anibal Noguera, CRÓNICA DEL RÍO GRANDE DE LA MAGDALENA,
Bogotá, Fondo Cultural Cafetero, Vol. II, 1980. (p. 527).