Los matrimonios indios, aun entre aquellos que se dicen bautizados, se reducen a pedir el presunto marido la novia al padre de ésta, muchas veces cuando la muchacha está todavía en los primeros años de la infancia. Luego que el padre se la concede, el novio contrae la obligación de mantenerla cuando hay escasez de víveres y proveerla de chaquiras y plumas para su adorno y vestirla cuando entre ellos se halla en uso la cusma. Generalmente, cuando la muchacha entra apenas en la pubertad, que allí es muy temprano, el padre la entrega ya a su marido, y, sin otra ceremonia, el casamiento queda consumado.

Causábame una repugnancia invencible entre las costumbres más o menos bárbaras de estas tribus, el encontrar muchas veces criaturas de nueve y diez años obligadas a cumplir de grado o por fuerza con todos los deberes del matrimonio, sin amor, porque aún no ha tendido tiempo de nacer en sus infantiles corazones, y sin otro vínculo que el despotismo brutal del hombre, a quien la entregan como una bestia de carga, y a cuyos caprichos tiene que vivir sujeta por toda la vida. Otras veces conciertan el casamiento desde el momento mismo de nacer, los padres de ambos cónyuges, y desde temprana edad los reunen, aunque entre ellos conserven alguna antipatía manifiesta. Más desgraciados en esto que los mismos animales, llevan una existencia puramente material, sin otros goces que los del instinto, perpetuándose así generaciones degradadas, incapaces por lo mismo de todo progreso.