(30 de enero) Después de pasar otra quebrada, entramos de nuevo en terreno más escabroso; la selva era gigantesca y habíanla escogido por morada muchos monos de piel amarilla, que se columpiaban en lo más elevado de las ramas, saltando de unas en otras, siempre sobre nosotros, castañeando los dientes y haciendo muecas que excitaban nuestra risa, no excitándola tanto otras lindezas, que no son para referirse y que prodigaban hasta el punto de tener que espantarlos, disparando tiros al aire. Mi criado Gabriel, que se había adelantado conmigo, quería tomar venganza de aquella especie de desacato, pero se lo prohibí terminantemente. [...] Penetrando después en un monte de más espeso follaje sentimos varias veces el rugido del jaguar y la puma, tigre y león americanos, que dormidos quizás cerca del camino, protestaban así de nuestra invasión en aquellas selvas solitarias, donde han vivido mucho tiempo sin ser inquietados por el hombre.
[...] Gabriel, que se había quedado rezagado maliciosamente, llegó una hora después con algunos de los peones, conduciendo dos pavas, dos monos hembras inmoladas a impulsos de su vengativo plomo y un pobre monito, que había caído por fortuna ileso, abrazado al cadáver de su madre, y a quien desde luego dimos el nombre de Perico. Lástima daba de ver a aquel infeliz animal, a quien costaba trabajo desprender de la que antes lo alimentaba, buscando en su frío pecho lo que ya no podía encontrar y haciendo los mismos extremos de desesperación que pudiera hacer una criatura humana al encontrarse en iguales condiciones. Liberato arrancó diestramente la piel a una de las monas y la otra la dejamos sin desollar para que sirviese de estéril consuelo al desgraciado monito, cuyos lamentos no nos hubiesen dejado dormir sin apelar a aquel recurso. La noche fue de continua lluvia y truenos espantosos. El monito la pasó sin chistar al pie de un árbol, cobijado por el frío cuerpo de su madre y agarrado al pecho como si estuviese viva.
[...] (31 de enero) Perico, que se iba ya familiarizando con nosotros, comió también un poco de plátano maduro y una galleta mojada en chocolate y se entregó al sueño, teniendo abrazada estrechamente la fría piel del individuo de su familia.
[...] (3 de febrero) Perico ha comido poco, y se halla desde ayer sumido en una profunda modorra. ¡Pobre animal! Privado tan pronto del calor de su madre y con un cambio tan brusco de vida, será muy difícil poder conservarlo.
(4 de febrero) Perico ha muerto en la noche anterior, que ha sido bastante fría. Al levantarnos, le hemos encontrado asido fuertemente a la piel que le servía de consuelo y de lecho, con los dedos crispados y el hocico en actitud de mamar, tomando por pecho uno de sus repliegues. En seguida lo hemos disecado y ya forma parte de nuestra colección zoológica.
En seguida lo hemos disecado y ya forma parte de nuestra colección zoológica.