Á mi querido amigo de la niñez D. Nicolás Díaz Benjumea
Carta IV Sobre los inconvenientes de la tierra fría
"¡Ciérrenme esa ventana, que me hielo! Pónganme aquí, a los pies, una frazada Siquiera la del último sirviente; No importa, la paciencia ya me falta!" He aquí la exclamación, que a cada paso Mi labio triste con dolor exhala. Van dos meses eternos que la lluvia Ha convertido en lago la sabana; No hay más variación que densas nieblas Y horribles, destructoras granizadas.
Cerrado está el camino a la parroquia, Y nuestras provisiones ya se acaban... ¡Oh! cuán lenta circula por mis venas La sangre con el frío coagulada! Y ese viento del páramo incesante, Y ese manto de nieve que amenaza Sepultar nuestra mísera vivienda...
Esta vida no es vida, es peor que muerte; Es el vacío aterrador... la nada. Las escenas de idilio, que hace poco Mi candorosa pluma te pintaba, Nacieron de mi pobre fantasía, Y al fin la realidad vino a borrarlas. Ya la espumosa leche me repugna, Servida en negra y miserable taza. El establo y redil, que a mi aposento están harto cercanos por desgracia, Hácenme respirar a todas horas Una atmósfera fétida y pesada.
Hoy no puedo moverme de mi lecho. ¡El reuma articular! ¡Oh suerte aciaga!... Pero mi amigo y salvador ya llega, Venciendo hasta imposibles su constancia. Los brazos a mi cuello, silencioso, Echa, al verter una furtiva lágrima, Y da la orden expresa a seis peones, Seis hércules, diré, que lo acompañan, Para que el guando al punto esté dispuesto A sacarme de aquí sin más tardanza. -¿A dónde me conducen? le pregunto. -Donde a tu horrible mal remedio se halla. -¡A la tierra caliente! - Dios lo quiera. ¡Basta de tierra fría... basta, basta! -¿Está ya todo? - Todo. -Adiós, amigos. -Muchachos, un buen trago. ¡Arriba! ¡En marcha!