Á mi querido amigo de la niñez D. Nicolás Díaz Benjumea
Carta VI Sobre las desventajas de la tierra caliente
¡No puedo más! ¡Estoy desesperado! Este clima no es clima para el hombre. Aquí todas las plagas se han juntado, Y es un infierno con distinto nombre. Doquier que uno se mueva, Halla enemigo cruel que lo persiga: Si de alejarse trata Diez pasos del hogar, en él se ceba Ya en ruda enjambre despiadada hormiga, Ya tenaz e invisible garrapata. Si a coger una fruta El capricho o la sed la mano lleva, Con un aguijón punzante La ansiosa avispa audaz se la disputa, Cuando no se revuelve y aun lo acosa, Erguida en espiral y amenazante, Alguna horrible sierpe venenosa.
Otras, cuando dormido voy quedando, En lugar del jején de dardo agudo, Con la nocturna sombra llega luego El molesto zancudo, De cuya horrible música reniego; Chinches y pitos vienen a montones A clavarme sus fieros aguijones, Y mi sangre chupando, Dejan sobre mi piel ronchas de fuego. Otras veces, del techo removido Por el ratón inquieto o la culebra, De quien es codiciado y perseguido, Gran lluvia de alacranes o escorpiones Sobre mí se desata, y dolorosa Herida me abre su uña ponzoñosa.
Del techo y las paredes las rendijas, Que franco y libre paso Dan a mil repugnantes sabandijas, Permiten que el murciélago asqueroso, De vuelo silencioso, En mi estancia, famélico penetre, Y cual ladrón osado, Junto a mis pies con precaución posado, A morderme se atreva, Y, mientras duermo yo, mi sangre beba.
¡No más! Aquí me espanta mi destino: El carate y el coto Asoman ya en mi faz y en mi garganta; Mi efigie demacrada y macilenta Es de la humana forma Sarcasmo peregrino; Mi cuerpo no es ya más que una osamenta Oculta entre arrugado pergamino. Un paso más, un palmo, una pulgada, Y tornaráse en polvo, en humo, en nada.