Hállanse estas fuentes situadas hacia la parte oriental del indicado vallecito, y próximas a la falda de un cerro destacado de la cordillera inmediata, compuesto de greda y piedra arenisca con algunas vetas calcáreas. El terreno adyacente se hallaba cubierto por muchas partes de una capa bastante densa de sulfato de sosa, que brota del suelo en forma eflorescente; y desde la entrada del valle se divisaba a lo lejos el vapor acuoso de los manantiales, que se disolvía en la atmósfera a pocos metros de altura.

Las fuentes son innumerables y constituyen un inmenso hervidero, producto del profundísimo laboratorio que lanza a la superficie, desde los ocultos senos en que la tierra conserva aún un calor inapreciable, grandes borbotones de agua sulfurosa, cuya temperatura varía desde la del aire atmosférico hasta la de 40 o 45 grados. Percíbese desde larga distancia un fuerte olor a azufre; se siente al pisar aquel terreno, una especie de trepidación incesante, y se percibe el rumor del agua que brota, como si uno se hallase rodeado de inmensos calderos llenos de líquido hirviente.