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La orquesta de la familia Pagani

Gente 1870-03-07 San Juan, Puerto Rico Tomo I
Para esta noche he sido invitado a una soirée especial, dada en mi obsequio por la familia Pagani, que es una notabilidad en su género.

Don Julián Pagani, hombre de color puro muy bien relacionado y de gran prestigio en la isla, tendrá unos 60 años, es alto, robusto y de una fisonomía franca e inteligente. Su profesión es la de maestro de obras, y a fuerza de laboriosidad y de ingenio ha llegado a reunir una modesta fortuna, que le permite vivir con cierto desahogo y hasta si se quiere con lujo, atendida su clase. Este hombre, que profesa a los españoles un gran cariño y un gran respeto, se cree completamente feliz, cuando puede obsequiar de alguna manera a cualquier persona notable que visita la capital de la isla. ¿Y quién se niega a una invitación de Pagani, cuando se sabe la cordialidad con que ha sido hecha y que en su casa se va a disfrutar de un espectáculo nuevo, agradable y curioso?

Por mi parte debía asistir con tanto más razón, cuanto que la fiesta se daba, como dije antes, en obsequio mío. Nos dirigimos, pues, a la casa del señor Pagani a las 8 de la noche, acompañándonos un caballero inglés, compañero de hotel, llamado Mr. Baall, persona muy respetable, que ejerce el comercio en la isla. Subimos a un piso principal, donde habita Pagani en casa propia, y éste salió a recibirnos a la antesala con la más fina cortesía. Introducidos por él en un saloncito donde había como principal adorno dos buenos pianos de cola, fue presentándome sucesivamente todos los personajes de su interesante familia, compuesta de tres hijas, casada la una y dos aún solteras, y otras dos jóvenes, hijas también adoptivas, pero que ocupan en todo el mismo lugar que las demás, porque el Sr. Pagani, hombre de gran corazón y en extremo humanitario, ha recogido aquellas dos jóvenes desgraciadas, huérfanas de dos amigos suyos, y las considera, las educa y las trata como a las propias. Este solo rasgo basta para hacer simpático al hombre.

Una fiesta de familia
Tomo I
Una fiesta de familia
1870-03-07
Gutiérrez de Alba, José María
Lápices de color sobre papel gris
15 x 23,7 cm

Pascasia, que es la hija mayor, está casada con un joven, secretario del Ayuntamiento de Río-Piedras, y es el tipo de la mulata sentimental; Teodora, la segunda, de un color negro más pronunciado, es de estatura elevada y esbelta, con las facciones características de su raza y de una gravedad no muy común en ella. La tercera, que se llama Joaquina, es una muchacha de diez y ocho años, de pequeña estatura, y aunque negra también como su hermana, tiene facciones mucho más regulares, es airosa en extremo, y en sus ojos se ve la expresión ardiente del tipo africano. Las otras dos jóvenes son casi blancas y de un tipo semieuropeo.

Cuando entramos en el salón, ya se hallaba éste ocupado no sólo por la familia Pagani, sino por varios jóvenes del país, casi todos de raza blanca, y dos cantantes italianos, residentes a la sazón en Puerto Rico, y que habían sido invitados para dar más amenidad a la fiesta. Mi amigo Mr. Baall y yo, como personas de más edad y respeto, fuimos colocados en el sitio de preferencia, y en el instante uno de los jóvenes se levantó, dio el brazo a Joaquinita y la condujo con toda ceremonia al lado del piano, donde preludiaba ya con bastante destreza su hermana Pascasia.

La negrita cantó con un estilo singular un aria en italiano; aplaudimos todos a la artista, pero ésta volvió disgustada a su asiento, porque en la ejecución no había quedado muy satisfecha de su garganta. Yo traté de hacerle comprender que estábamos todos muy complacidos; mas no pude convencerla, y me aseguró llena de pesar que, por querer hacerlo mejor, era aquella la vez en que peor había cantado en toda su vida. Después de Joaquina salió a cantar Teodora, y cantó también en italiano una romanza de no sé qué ópera, con el mismo estilo que su hermana; esto es, alternando el falsete en las notas agudas con la voz llena y casi varonil en las notas graves. Después cantó Carmen un trozo de la zarzuela Jugar con fuego, y con una romanza del Trovador cantada por el tenor Bianchi concluyó la primera parte de la función entre bravos y palmadas, para dar lugar a un entreacto de cerveza y de tabacos de Comerío.

El acto segundo fue para mí más sorprendente, y no olvidaré nunca el carácter de originalidad con que la familia Pagani se presentó a mis ojos.

Las niñas de Pagani son todas músicas, y entre ellas solas componen una orquesta. Teodora toca el violín, Joaquina la flauta, Pascasia el contrabajo y Carmen el bombardino. Provista cada cual de su instrumento, así como los jóvenes del país que tocaban también violín y flauta, se dio principio a una Obertura de un músico Puertorriqueño, cuyas dotes deben ser grandes, según que era por todos celebrado, pero yo, como profano, no pude comprender las bellezas de la pieza y me contenté con creerla inmejorable por el testimonio de los demás concurrentes.

El espectáculo era para mí tan nuevo, que más de una vez la risa debió aparecer en mis labios, haciendo dúo a la del señor Pagani, extraordinaria y muy justamente excitada por la habilidad de sus niñas. Si yo hubiera podido trasladar la escena íntegra al teatro de Arderius, estoy seguro de que el público de Madrid se hubiera chupado los dedos de gusto y el éxito hubiera sido estrepitoso.

Concluida la Obertura entre bravos y palmadas, el piano volvió a recobrar su perdido imperio, cantó Joaquinita La Naranjera, canción andaluza, con bastante gracia; después ella y Teodora nos hicieron escuchar algunos cantos del país, entre los cuales hubo una guaracha con mostaza fina, y un señor llamado Bazo cantó también a la guitarra algunas coplas de jaleo y otras de malagueñas de un color bastante subido.

Si yo hubiera podido trasladar la escena íntegra al teatro de Arderius, estoy seguro de que el público de Madrid se hubiera chupado los dedos de gusto y el éxito hubiera sido estrepitoso.
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