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Crónica de un naufragio

Medios y modos de viaje 1870-03-22 Bajo Nuevo Tomo I
El 22 me ha enviado D. José Robreño una relación de sus naufragios, que inserto a continuación, por ser en extremo interesante:

[…] El 9 de Agosto de 1838 salí de Cartagena de Indias en la goleta Afortunada, con dirección a Jamaica. El buque era colombiano. El capitán, inglés, se llamaba Robinson (ya el nombre nos pareció de mal agüero).
Iban de pasaje mi padre, mi madre, dos hermanos, otros parientes, dos pasajeros franceses y algunos actores.
La tripulación se componía del capitán, el sobrecargo, el contramaestre, 8 marineros de dotación y 4 que servían por el pasaje. Total de personas, 36; entre ellas 7 mujeres y 3 niñas.
Nada de particular ofreció la navegación en los primeros días; y la noche del 13 estábamos muy alegres confiando llegar al día siguiente al puerto.
A las 4 de la mañana varó la goleta, y por más esfuerzos que se hicieron, no fue posible ponerla a flote.

Creyendo el capitán que estábamos en los cayos de Pedro, a 9 leguas de Jamaica, dispuso que el sobrecargo fuera en el bote, con el contramaestre y dos marineros, a reconocer los cayos y pedir auxilio a los pescadores.

El bote no volvió, y al hacer el capitán nuevas y más exactas observaciones, vio que no estábamos en los cayos de Pedro, sino en el Bajo Nuevo, a 50 leguas de Jamaica; y que por consiguiente los del bote no encontrarían pescadores, y corrían el peligro de que el viento y las corrientes los arrastrasen a perecer ahogados o a morir de hambre.

El Bajo Nuevo es un arrecife que al parecer tiene dos millas de largo, y unos 40 metros de ancho; se halla enteramente debajo del agua, y sólo cuando la marea está muy baja asoman algunas rocas.

Las olas empujaron el buque hasta la mitad del banco, y allí quedó recostado sobre un fondo de cuatro pies próximamente.
Cortáronse los palos para que no se abriese el buque, pues las olas que reventaban en su costado lo sacudían de una manera terrible; y hasta tuvimos la desgracia de que un golpe de mar se llevase la canoa, quitándonos con ella el último recurso.
El capitán nos dijo que el barco duraría unos 8 días sin abrirse; y como teníamos provisiones para más tiempo, no nos cuidamos de economizarlas.
Tratamos de formar una gran balsa para salir de allí, o intentarlo cuando menos; pero los marineros no querían ayudarnos, porque era su propósito construir una especial para ellos solos.

Al fin los inclinamos a que nos ayudaran, y logramos hacer una balsa espaciosa y al parecer segura; pero al salir al mar vimos que navegaba muy difícilmente, y tuvimos que volver al buque tristes y desesperanzados.

A los 14 días notamos que las provisiones, y sobre todo el agua, tocaban a su término, y que la goleta no se rompía.
Resolvimos, pues (aunque demasiado tarde), poner el agua a una ración muy limitada; y como con el calor que hacía necesitábamos beber más que de ordinario, empezaron algunos a caer enfermos.

Diez días pasamos así, y el buque permanecía en el mismo estado. La ración de agua no bastaba para aplacar nuestra sed abrasadora; pero ¡ay! que al día siguiente ni aun esa habría. ¡Con cuánto pesar repartimos la última ración de agua que nos quedaba.

Cuatro marineros desesperados construyeron una balsa pequeña, y se lanzaron al mar, prefiriendo morir ahogados a acabar la vida en aquella desesperación angustiosa.
Apenas habían dejado la goleta, cuando nos llamaron para advertirnos que se divisaba en el horizonte una vela.
Frenética fue nuestra alegría al cerciorarnos de que no se engañaban. Aquella vela era la salvación al borde el sepulcro".
En aquellos instantes se acababa de repartir la última ración de agua.

Hacía 24 días que sufríamos horriblemente. Todos vivían aún. No podía el buque salvador llegar en momento más oportuno. En aquellos instantes solemnes confundíanse los gritos de alegría con el llanto y las oraciones. Todos nos abrazábamos y nos disponíamos al trasbordo... cuando notamos que el buque en vez de aproximarse... se alejaba... y fija en él nuestra ansiosa vista le vimos desaparecer en el horizonte.
¡Reinó en el buque un silencio profundo! El dolor producido por tan horrible desengaño sólo puede compararse con nuestra anterior alegría.

La noche se pasó con la esperanza de que al amanecer veríamos otra vez el buque... pero nada, nada! no quedaba a nuestro alrededor más que la soledad siniestra de las olas.
Aquel día murió el primero. La sed y la pérdida de toda esperanza le mataron.
En adelante no hubo día en que dejase de sucumbir alguno de aquellos desventurados.

¡Desde el momento que nos faltó el agua, creyóse que nadie llegaría al día siguiente; y sin embargo, sin comer ni beber, pasábamos uno y otro día, hasta llegar a 17!
Cuarenta y un días pasamos en Bajo Nuevo: 14 con agua y comida, 10 a ración con una taza bien pequeña por la mañana y otra por la tarde, y 17 sin nada.
Para aplacar la sed nos bañábamos al día varias veces; pero no podíamos beber el agua del mar, pues además de lo que nos repugnaba, nos hacía mucho daño.

Cuando no comprendíamos aún la necesidad de conservar el agua, llovía con frecuencia; pero después, ni siquiera una gota. Parecía que hasta las nubes huían de nosotros. Sólo un día cayó un corto aguacero que nos permitió mitigar un poco el ardor que nos abrasaba; pero no pudimos recoger para guardar, porque ya no teníamos dónde.
En los últimos diez y siete días murieron 18 personas.
Ya sabe Ud. que yo fui uno de los más desgraciados, pues quedé huérfano de padre y madre.

Así es que ni mis hermanos ni yo gozamos de la gran alegría que causó a los demás la vista del buque salvador, que apareció a las diez de la mañana del 24 de septiembre.
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