El camino sigue, siempre con el Ambicá a la izquierda, empedrado a veces y otras con largos trayectos de incómodos barrizales. Allí vi por primera vez hojas de guarumo de más de un metro de diámetro y otras de helecho en forma de quitasol, a cuyo uso se suelen destinar, uniendo tres o cuatro por el tronco para que adquiera el espesor indispensable.
Después de pasar varias quebradas, subimos una gran cuesta; y al pasar por algunos derrumbaderos, donde el terreno superficial se ha precipitado con plantas, arbustos y árboles al fondo de un barranco, contemplamos por la abertura del monte vistas espléndidas sobre las montañas vecinas. Más adelante llamó nuestra atención un espectáculo original: era un árbol gigantesco con una ancha hendidura en la parte inferior de su tronco, donde asomaban varias excrecencias formadas por la aglomeración de la sabia y de tal manera dispuestas, que a primera vista ofrecían el aspecto de un monstruo enorme abierto por el vientre y con las entrañas petrificadas. Era un higuerón de 18 m. de circunferencia en su base.
Tomo V
Árbol monstruoso en el camino de Los Llanos
1871-01-22
Gutiérrez de Alba, José María
Lápices de color y acuarela sobre papel blanco
23,4 x 15 cm
a primera vista, ofrecían el aspecto de un monstruo enorme abierto por el vientre y con las entrañas petrificadas
Cerca de allí pasamos el Ambicá por un puentecillo rústico. En aquel lugar se le reúne un arroyuelo de aguas rojizas, cuyo color adquiere por el mucho óxido de hierro que contiene su cauce. Ya próximos a la cumbre lo pasamos por otro puente semejante al que habíamos atravesado. A aquella altura árboles y rocas se hallan cubiertos de una espesa capa de musgo de un color negrusco, color de que participa allí toda la vegetación, debido sin duda a la humedad constante que allí sostienen las nieblas y la lluvia, que sólo muy de tarde en tarde dejan penetrar un rayo de sol para animar por un momento aquella naturaleza agobiada por su eterno sudario.
A las doce en punto llegamos a coronar la inmensa altura que divide las aguas del Magdalena de las que corren al Meta y al Orinoco. Aquellas crestas sirven también de límites entre el territorio de San Martín y el Estado de Cundinamarca. De sus agrestes rocas salió espantado un búho y se ocultó en la maleza lanzando un siniestro graznido, como si nuestra presencia hubiese turbado extemporáneamente sus profundas meditaciones.
Sólo por algunos minutos pudimos contemplar desde allí el admirable panorama que se extiende por uno y otro lado; porque la niebla lo ocultó en seguida a nuestros ojos.