Nos levantamos muy de mañana, y fuimos a visitar la plaza del pueblo, en cuyo centro se halla una estatua, notable por su forma, que fue la primera que copié de la serie especial de estos monumentos extraños. Mientras la dibujaba, se me reunieron algunos habitantes del lugar, que se apresuraron a ofrecerme sus servicios. Entre ellos había uno, que, por su larga residencia en él, y por su mucha afición a las antigüedades indígenas, era el que más útil podía serme en mis investigaciones. Era el Sr. D. Joaquín Maz, presidente del municipio de la aldea, y cuyo carácter servicial y activo lo hacían para mí una adquisición estimable.