Allí permanecimos como dos horas, registrando en varias direcciones el terreno, por si encontrábamos alguna otra cosa notable, y siendo inútiles nuestras investigaciones, resolvimos volver a la aldea por el mismo camino, que afortunadamente encontramos ya más oreado y de tránsito más cómodo y fácil, pero no queriendo volver sin haber coronado el cerro de La Pelota, para admirar desde allí el extenso panorama que por todas partes se divisa, trepamos a su cumbre, aunque de difícil acceso, y estuvimos contemplando el espectáculo maravilloso que se presenta desde aquella altura: veíase a nuestros pies el extenso y fértil llano de San Agustín, rodeado de seculares bosques que por el lado del sur y del este se dilatan cubriendo la cordillera hasta donde alcanza la vista.

Al Occidente y al norte, a uno y otro lado del Magdalena, que corre cerca de allí por un profundísimo y pedregoso cauce, selvas no menos dilatadas, que se extienden por toda la cordillera central, por una parte, y por otra hasta los Cocunocos, donde el ignívomo Puracé levanta su cono cubierto de nieves eternas. En estas dos direcciones suelen admirarse desde aquel lugar, cuando la cortina de nubes allí casi perpetua no lo impide, los nevados páramos de Paletará y del Huila, donde la vida animal y aun la vegetal desaparecen de un modo casi absoluto.