Como la mitad de la cuesta habríamos bajado, cuando llegamos a un tambo de quineros, casi derruido, y no quedándonos tiempo suficiente para llegar al río del Hacha, que íbamos buscando, determinamos reconstruirlo a la ligera y pasar en él la noche. Las tres de la tarde eran cuando llegamos a aquel reducido e incómodo albergue, teniendo que atravesar muy cerca de él una quebrada o arroyuelo, por un puente formado de un solo tronco cubierto de musgo, y donde todos tuvimos que hacer grandes esfuerzos para conservar el equilibrio. Apenas nos habíamos instalado, y mientras disponían la comida y la techumbre de nuestra mezquina habitación, aproveché el rato de luz que nos quedaba en copiar una bellísima Orquídea, que encontré allí cerca.