Por la tarde copié una de las bellísimas flores de un árbol llamado palo de cruz, de que he hablado en otra ocasión; y al oscurecer teníamos ya tres balsas casi a punto de ser puestas a flote. Nos acostamos todos de buen humor, por haber terminado ya la primera y más penosa parte de nuestro viaje. Sin embargo, se encargaron de interrumpir nuestro sueño por una parte las ranas con su incesante chirrido, y por otra, algunas culebras, que imitan durante la noche el cacareo de las gallinas, y que se oían tan cerca de nuestro rancho, que temíamos que se introdujeran en él, a pesar de las hogueras. Felizmente no sucedió así, y vimos amanecer el siguiente día, cuya luz nos llenó de gozo y de esperanza.