En uno de los bajos que atravesábamos con frecuencia, vimos descender apresuradamente a nuestro piloto de la balsa, y dirigiéndose con su palanca a manera de chuzo hacia un objeto que dentro del agua se movía, apuntó bien, asestó el golpe con gran violencia, y una inmensa oleada se produjo inmediatamente hacia el lugar en que se había introducido la punta del palo. El animal atravesado por el lomo de una manera tan singular como ingeniosa y difícil, era un hermoso bagre, de un metro y treinta centímetros de longitud, y sesenta centímetros de circunferencia, entre la cabeza y las aletas pectorales. El sacudimiento del pez, al sentirse herido fue tan rápido y vigoroso, que rompió la palanca por el sitio en que lo tenía sujeto, y se hubiera fugado, a pesar de su herida, si el negro Eugenio no se hubiese lanzado inmediatamente sobre él, sujetándolo por las agallas e impidiendo que el palo acabara de romperse.