Al desembarcar fuimos recibidos muy cordialmente y tomamos posesión de un rancho que tenían ya dispuesto para nosotros. Allí encontramos otras seis canoas, que con las ocho que acababan de arribar, formaban toda una escuadra en miniatura. También allí la animación era completa: unos se ocupaban en volver los bagres recién salados, extendidos al sol sobre empalizadas de dos metros de altura, otros en ahumar los trozos de danta y de cafuche, muertos a lanza en los días precedentes; las mujeres preparaban la comida, y los muchachos desnudos jugaban con placer, revolcándose sobre la arena. Por la tarde empecé a dibujar un grupo de dos indios de la tribu de los tamas, procedentes de las orillas del Caguán, que el sr. Cuéllar tenía a su servicio; estos indios eran hijo y padre, y usaban aún el foro y muceta, traje ordinario de los naturales antes de adoptar la cusma. Luego hice un apunte de la mujer del uno y madre del otro, vieja pintada casi toda de negro, sin más tapujo que su cocare.