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Tomo IX

Cacería de dantas en el Caquetá

Cacería de dantas en el Caquetá

Gutiérrez de Alba, José María

1873-02-27

Acuarela sobre papel blanco

15,3 x 23,9 cm

Comillas Las dantas sacaron la cabeza por un instante y volvieron a sumergirse. Entonces una de las canoas se dirigió a aquel sitio, que era el más profundo del charco, y los indios empezaron a remover el agua con sus palancas. Los animales trataron de salir; pero tan pronto como llegaron al lugar en que ya el líquido no los cubría, se vieron rodeados de los perros por una parte, y por otra de las canoas. Entonces la madre tomó una actitud ofensiva y defensiva a la vez, siendo su principal cuidado la defensa de su cachorro. Los dos primeros perros que se le acercaron fueron al fondo aplastados por el rudo golpe que casi a un mismo tiempo les asestó la furiosa danta con sus patas delanteras armadas de tres pezuñas muy cortantes, mientras sostenía el cuerpo enteramente vertical, apoyándose sólo en sus patas traseras, y levantando al aire la especie de trompa rudimentaria en que termina su hocico. Ambos perros salieron aullando a la orilla, y los dos habían quedado fuera de combate con anchas heridas de las cuales brotaba la sangre en abundancia.

Los indios se lanzaron entonces hacia el animal, en sus canoas, con las lanzas en alto y en ademán de herirla; pero a un grito mío se detuvieron y esperaron. Tenía yo preparada mi escopeta y le disparé el primer tiro, cuya bala fue de refilón a la frente. El tapir lanzó un gruñido sordo; pero no perdió sino por breves momentos la posición en que se había colocado. ¡Al brazuelo! me gritó un hijo del Sr. Cuéllar, que se hallaba próximo. ¡Al brazuelo, o detrás de las orejas, que ahí es donde tiene la muerte! Dirigí entonces la puntería al lugar que primero se me indicaba; el tiro fue certero, y la pobre danta lanzando un nuevo y casi imperceptible gruñido, cayó de costado sobre su cachorro y exhaló el último aliento. Los de las canoas, que no se avenían bien con la ociosidad de sus lanzas, acabaron de matar a la madre e hicieron lo mismo con el hijo en la imposibilidad de poderlo llevar con vida a nuestro rancho. Pusiéronse ambas víctimas a bordo de las canoas y las aguas del charco quedaron enrojecidas con su sangre.
1873-27-02
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