A eso del medio día llegó a visitarnos el Padre Albis, en un estado que manifestaba bien claramente las muchas visitas que había hecho, y que sus amigos habían estado con él demasiado obsequiosos. Propúsele que me permitiera retratarlo en el traje que habitualmente usaba en la montaña, a lo cual se negó obstinadamente, razón por la cual intenté hacerlo de memoria, siendo el resultado tan feliz (y permítaseme por un momento esta vanidad artística), que no hubiera salido mejor de las manos de un fotógrafo: así me lo aseguraron cuantas personas lo conocían, cuando les mostraba el retrato, y la misma seguridad me daban mis ojos y mi propia conciencia, que era para mí el testimonio más valedero.