Lo primero que visitamos fue un socavón de reciente apertura, donde los trabajos se hacían a barreno, siguiendo un filón, llamado del Caimán no sé con qué motivo. En el rato en que permanecimos allí, tomé en mi álbum un apunte de la entrada del socavón, e hice un retrato a la ligera de un inglés, notable por sus formas rudas y musculatura vigorosa, que era jefe de los trabajadores. A la puerta del socavón había grandes montones del mineral extraído, y bajo un cobertizo próximo varios operarios, hombres y mujeres, se ocupaban en desmenuzar las piedras a golpes de martillo, hasta reducir los trozos al tamaño de un puño próximamente, conduciéndolos después, a lomo de bueyes, al lugar donde se hallan los aparatos de trituración, en grandes zurrones de cuero dispuestos a manera de alforjas.