El agua desciende por aquel tubo sumamente comprimida y sale con una velocidad extraordinaria, produciendo, como nuestras bombas de riego, un chorro de grandísima potencia, que dirigido alternativamente a las paredes del barranco, o al fondo del mismo, derrumba y deslíe completamente el terreno, y arrastra en su corriente, que, ya libre de presión, vuelve a adquirir el mismo volumen que tenía en la acequia, la tierra y la arena disgregadas, dejando en el fondo de la excavación sólo las piedras que el terreno contiene.

Esta corriente turbia y cenagosa se dirige desde allí a un acueducto de unos cien metros de longitud por uno próximamente de anchura, y medio de profundidad, donde se hallan canales transversales, colocados como a distancia de un pie unos de otros, y en cuyo fondo hay una cantidad de mercurio, que se apodera de las partículas metálicas arrastradas por la corriente. Una vez al mes se suspenden los trabajos del lavadero, por el tiempo suficiente para renovar el mercurio, del cual se aparta el oro con una facilidad extraordinaria, por medio de retortas, donde el calor volatiliza el mercurio, que vuelve a recogerse y deja el oro libre en el fondo.