Como el tiempo nos apremiaba, y deseábamos volver a Bogotá en el menor plazo posible, aproveché el resto del día en tomar una copia de las ruinas de Santo Domingo, templo en que fueron sepultados los restos de Jiménez de Quesada, y donde permanecieron hasta su traslación a la catedral de Santa Fe, donde hoy se conservan, y otra de la casa donde vivió y mantuvo cuidadosamente un jardín botánico el sabio y laborioso español D. José Celestino Mutis, natural de Cádiz, a quien tanto debieron en su época las ciencias naturales y principalmente la Botánica.

De la casa de este sabio ilustre, así como de la del conquistador del Nuevo Reino, apenas quedan ya más que las tapias, desmoronadas en gran parte; y en el jardín que cultivó con tanto cuidado el eminente naturalista, sólo resta de la preciosa colección que él había formado, un grupo de canelos semejantes a los que habíamos visto en el Caquetá, que extendiendo sus copudas ramas sobre la maleza, que se ha apoderado del suelo, y dominando toda la vegetación que los circunda, anuncian al viajero que aquél fue el lugar que algún tiempo habitó la ciencia, y son el único signo de aquel período brillante, signo que quizás no tarde mucho en desaparecer bajo el hacha destructora de los que no respetan recuerdo alguno, por sagrado y glorioso que sea, si los despojos de las reliquias más respetables ofrecen algunos centavos de utilidad a su codicia.