Ciudades y pueblos x
Fauna x
Fiestas y costumbres x
Flora x
Gente x
Geografía x
Medios y modos de viaje x
Trabajo y técnica x
Vestigios Arqueológicos x
Vías de comunicación x
curadurias

La casa de la vieja cuatro pelos

Gente 1871-12-31 Vélez, Santander, Colombia Tomo VII
Uno de los amigos del Sr. Guarín nos tenía alojamiento dispuesto en una casa de la plaza, donde nos acomodamos en una habitación incómoda y estrecha, por tener ocupada una gran parte de las habitaciones una compañía de acróbatas y cómicos ambulantes, que recorría a la sazón las principales poblaciones del Estado.

Desde luego no me pareció de gran respetabilidad la casa, al ver alojada en ella la bulliciosa cohorte de ciudadanos, acostumbrados a representar todos los tipos de las diferentes clases sociales; pero que generalmente se reservan con predilección, para su uso particular, las truhanadas y bellaquerías de los personajes de más baja estofa. Pero si malos barruntos me daba la forzosa compañía de cómicos y saltimbanquis, peores me los dio aún la presencia de la señora de la casa, vieja arriscada, tiesa y presumida, con ínfulas de doncella trasnochada, y que con sus sesenta años a la cola, trataba aún de hacer remilgos y piruetas, alisándose sus cuatro pelos mal avenidos y peor tapados por una redecilla de cuentas de vidrio de diversos colores.

Vista de la plaza de Vélez, dando frente al peñón o escarpes de la serranía
Tomo VII
Vista de la plaza de Vélez, dando frente al peñón o escarpes de la serranía
1871-12-31
Gutiérrez de Alba, José María
Acuarela sobre papel blanco
14,4 x 26,9 cm

Hízonos por introducción la buena señora una especie de cortesía a lo Madame de Pompadour, y después nos presentó dos sobrinitas, rechoncha y pechisacada la una, y de una palidez romántica la otra, que formaban un admirable contraste con las maneras un tanto francas y un mucho grotescas de su señora tía. Llegada la hora de comer, nos dispensaron el honor de sentarse con nosotros a la mesa, y de tomar con nosotros también algunas copas de vino. Había en la casa, sin duda para formar cuarteto con la señora, dos guacamayos a medio desplumar y un loro de pico torcido, que chillaban sin cesar de una manera inaguantable, mientras que su ama regañaba en el mismo tono a dos indias de su servicio, más feas que el no tener, y tan sucias y desaliñadas como el mendigo que hace gala de su indigencia.

nos presentó dos sobrinitas, rechoncha y pechisacada la una, y de una palidez romántica la otra, que formaban un admirable contraste con las maneras un tanto francas y un mucho grotescas de su señora tía.

El cuarto que nos dieron para habitación, no tenía nada que envidiar a la dueña de la casa en lo viejo, ni a las criadas en lo sucio. El mueblaje se componía de dos tarimas apolilladas, cuyos pies eran otras tantas pilas de adobes, y un tablón a medio acepillar, sostenido a una cuarta del suelo por el mismo ingenioso sistema que las tarimas. Una mesa tosca con tres pies, y dos taburetes de baqueta, que, por estar constantemente de servicio, viajaban sin cesar de nuestro aposento al comedor, y de éste a la sala, completaban el resto de nuestro menaje, a pesar de ser cinco las personas que allí teníamos que alojarnos, contando entre ellas un hijo del Sr. Guarín, de unos ocho años de edad, que viajaba con su padre.

Éste y su hijo tuvieron que dormir juntos en una de las dos tarimas; a mí me dejaron la otra, que tenía encima una tela a que daban el nombre de colchón, sin que en nada lo mereciese, con una sola sábana, y una colcha que había sido blanca alguna vez, pero que seguramente no se acordaba ya de su última lavadura. No me detengo a describir el objeto que debía hacer las veces de almohada, porque su materia, tamaño y forma son de todo punto indescriptibles. Renuncié generosamente al uso de aquellas raras y nada envidiables ropas, y haciendo sacar las que llevaba de reserva para casos de esta especie, pude proporcionarme un lecho, aunque no cómodo, por lo menos limpio en la parte que de mí dependía. Tan pronto como apagamos la luz, vistiéronse las paredes de un prodigioso número de cucarachas, y un ejército de ratones acometió nuestro equipaje, con tan hambrienta furia, que, hasta los zamarros del Sr. Guarín, que eran de cuero de res, amanecieron por la mañana horriblemente mutilados. Esta fue nuestra primera noche en Vélez.
Subir
Anterior
Siguiente