Ciudades y pueblos x
Fauna x
Fiestas y costumbres x
Flora x
Gente x
Geografía x
Medios y modos de viaje x
Trabajo y técnica x
Vestigios Arqueológicos x
Vías de comunicación x
curadurias

Desagüe fallido de la laguna sagrada de Siecha

Vestigios Arqueológicos 1872-08-28 Guasca, Cundinamarca, Colombia Tomo VII
Salimos de Guasca a las siete y cuarto de la mañana, empleando tres horas de subida rápida en dirección sureste hacia el páramo donde se halla la laguna. Desde la mitad de la subida empieza la región de los frailejones. La vegetación se reduce casi por completo a una yerba de hojas filiformes y duras parecidas al esparto, y algunos arbustos como el taray, de flores amarillas, llamados vulgarmente chites. De cuando en cuando veíanse sobresalir entre la capa de tierra vegetal de que los cerros se hallan cubiertos, algunos peñones erráticos de diferente tamaño y forma, procedentes de la rotura por explosión de las partes más elevadas de la cordillera.

A las diez próximamente llegamos a un rancho, situado al pie del cerro, que contiene en su cumbre la laguna, a cuyas aguas sirven de barrera enormes estratos que se levantan casi verticales de oeste a este, cubiertos de una ligera capa de humus, donde crecen algunos frailejones y las gramíneas de que antes hemos hablado, y en cuya falda occidental se abre el socavón por donde se proyecta el desagüe, socavón que tiene de profundidad ciento noventa y tres metros, en dirección al fondo de la laguna.

En el rancho encontramos a nuestros amigos ocupados en disponer lo necesario para volar la roca del fondo, por medio de un aparato eléctrico y una cantidad de pólvora suficiente para determinar la rotura de la piedra, quebrantada ya por las explosiones anteriores verificadas dentro de la mina.
Subimos con uno de ellos a visitar la laguna, que se halla como a cien metros de elevación, sobre el vallecito en donde está situado el rancho. La temperatura que allí reina es enteramente glacial, y el viento helado arrastra en todas direcciones la densa niebla de los páramos.
Desde el borde occidental de la laguna, tomamos un ligero apunte de su forma, y del perfil de los cerros que la rodean; y hallándose pronto el momento de verificar la voladura, determinamos permanecer en compañía de nuestros amigos hasta que ésta se realizase, enviando entre tanto nuestras caballerías al pueblo, con orden de que volviesen con ellas dentro de dos días.

Vista de la sabana de Bogotá, desde las orillas de la laguna de Siecha por una escotadura de la montaña
Tomo VII
Vista de la sabana de Bogotá, desde las orillas de la laguna de Siecha por una escotadura de la montaña
1872-08-30
Gutiérrez de Alba, José María
Acuarela sobre papel blanco
15,1 x 26,1 cm

[...]  Más de una vez subimos a los bordes de la laguna, desde la cual se divisan hacia el sur algunas otras de más pequeñas dimensiones, y por lo menos a veinte o veinticinco metros bajo el nivel de la primera, donde se hallan fundadas las esperanzas más legítimas de los empresarios, no sólo por ser ésta la de mayores dimensiones, pues su diámetro no bajará de doscientos metros, sino porque la tradición afirma que allí es donde deben de hallarse los tesoros, por ser la laguna sagrada, donde celebraban los indígenas las más importantes ceremonias de sus ritos religiosos y del acto político de dar a sus Caciques la investidura suprema, después de la inmersión en sus transparentes y heladas aguas. Corrobora esta creencia el haber hallado alrededor de sus orillas muchos ídolos de barro colocados simétricamente; ídolos que la ignorancia y la barbarie han hecho desaparecer, rompiendo unos, llevándose otros sin más objeto que el de satisfacer una curiosidad pueril, y arrojando los más, por estúpida diversión, a las aguas del lago.

Apenas se comprende cómo los indígenas, desnudos en su mayor parte, hubiesen podido elegir esta región paramosa y de todo punto inhabitable, para rendir a sus ídolos el homenaje que en cualquiera otro lugar hubieran podido tributarles más cómodamente. Sólo se explica esta determinación por el afán constante que en la raza indígena se observa de buscar, no sólo para el depósito de sus tesoros, sino para el de sus cadáveres, los lugares más ocultos e inaccesibles, como garantía contra las profanaciones y la codicia, principalmente desde la invasión española.

Apenas se comprende cómo los indígenas, desnudos en su mayor parte, hubiesen podido elegir esta región paramosa y de todo punto inhabitable, para rendir a sus ídolos el homenaje que en cualquiera otro lugar hubieran podido tributarles más cómodamente

[...]  (29 de Agosto)
Este día lo hemos pasado con las mismas incomodidades que el precedente; y mientras el Sr. Ponce, ingeniero de la empresa, buscaba con su teodolito la triangulación que debía manifestarle sobre la laguna el punto donde termina el socavón, y en el cual debía sumergirse la materia explosiva, los jóvenes Sáenz y Montoya, ayudantes de aquel, disponían trabajosamente el aislamiento del alambre y las pilas eléctricas que más tarde habían de determinar la explosión de la sustancia inmergida. Yo los acompañé por todas partes, ayudándoles a echar al agua la balsa y el pequeño bote que habían de servir para la maniobra. A la noche nos retiramos al rancho, que era lo mismo que acomodarnos en cualquiera otra parte de aquellos pelados cerros, sin más diferencia que la de hacernos la ilusión de encontrarnos allí algo más abrigados.

(30 de Agosto)
Este día amaneció un poco más sereno; continuáronse las operaciones preparatorias; llenóse de pólvora un barril que contendría cerca de 40 kilogramos, haciéndolo perfectamente impermeable y colocando en su interior por medio de un tornillo de hierro horadado las dos puntas metálicas que por medio de la electricidad habían de conducir el rayo a sus entrañas inflamables.
Antes del almuerzo, tomé un apunte de una vista bellísima de la sabana de Bogotá, que se ve desde las orillas de la laguna por una depresión de la montaña.

[...] (31 de Agosto)
El tiempo lluvioso y excesivamente frío parecía empeñado en retardar las últimas operaciones que debía practicar el ingeniero para dar por terminado su estudio. Yo había casi perdido mi calor natural; y si mi pobre escribiente daba señales de vida, debíalo al calor humeante del fogón culinario, a los ojos de una Maritornes encargada de aquel importante ministerio, y a algún que otro trago de brandy, oportunamente administrado.
Aunque con rubor, lo confesaré ingenuamente, asaltóme más de una vez la tentación de abandonar a mis amigos a su desgraciada e insufrible suerte; pero sus reflexiones me determinaron al fin a acompañarlos hasta el postrer momento; resignación que puede tenerse por heroica, y de que podré vanagloriarme toda mi vida, como si se tratase de pasar un invierno entero en las heladas regiones del polo. 

[...] El día cruelmente frío y lluvioso, permitió apenas al Sr. Ponce completar sus trabajos, que al fin quedaron terminados felizmente, esperando la siguiente mañana para dar fin y remate a la operación de la voladura. La noche fue menos cruel que las precedentes, gracias al recurso del brasero y a unas cuantas botellas de agua, que salió caliente de la cocina y llegó templada apenas a nuestra habitación, y mediante las cuales no continuaron nuestros pies convertidos en granizo.

Laguna de Siecha, a 3.455 metros sobre el nivel del mar (vista de Oeste a Este)
Lámina suelta
Laguna de Siecha, a 3.455 metros sobre el nivel del mar (vista de Oeste a Este)
1872-10-15
Gutiérrez de Alba, José María
Acuarela sobre papel blanco
15,3 x 26 cm

[...] (1 de Septiembre de 1872)
Llegó por fin el día deseado, el día grande, el día supremo; pero la niebla, la lluvia y el frío continuaban implacables. Apenas nos atrevíamos a hablar, por temor de que se helasen nuestras palabras; y por los resquicios de la mal cerrada puerta de nuestro rancho contemplábamos con ansiedad los invariables accidentes de la atmósfera, como preguntándole si al fin tendría la complacencia de permitirnos la terminación de nuestros afanes. A las diez de la mañana continuaba aún sorda a nuestros ruegos, y nosotros nos contentábamos con examinar mutuamente nuestros angustiados rostros, que a un tiempo revelaban nuestro temor y nuestra impaciencia.

A aquella hora, sin que cesara por un momento la helada lluvia, acompañada de violentas ráfagas de un viento huracanado, que nos helaba hasta la médula de los huesos, subimos a los bordes de la laguna; se colocó el barril de pólvora ya preparado sobre la balsa, en la cual fue conducido hasta el punto de intersección de las dos líneas trazadas por el ingeniero, para determinar el punto preciso en que debía verificarse la explosión, sobre el fondo ya quebrantado de la laguna. El barril descendió sin dificultad en el sitio prefijado; y medida la profundidad, se halló que era de veinticinco metros, columna de agua más que suficiente para que la fuerza explosiva obrase con todo su poder sobre la roca del fondo. Extendiéronse después los alambres que se había procurado aislar por medio de una capa de bastante espesor, de goma laca y gutta-percha, rodeada a su vez por otras sustancias impermeables; uniéronse sus extremos a los polos de la batería eléctrica, colocada a cierta distancia de la orilla; púsose en acción el fluido, y todos esperábamos con ansiedad indefinible la explosión que debía verificarse.

Pasó un minuto... pasaron dos... pasaron cinco... y aumentándose nuestra ansiedad, se esperó en vano el resultado por cerca de un cuarto de hora. Expuestos al frío y a la lluvia, que apenas dejaba penetrar nuestras miradas a la distancia de algunos metros; ateridos de frío y entumecidos los miembros casi hasta el punto de la inmovilidad, limpiáronse nuevamente los aisladores de las estacas en que estaban apoyados los alambres, y se procedió de nuevo a la operación... pero todo fue en vano. Ya fuera por lo imperfecto del método empleado para el aislamiento de los alambres, o porque la batería no fuese bastante poderosa para trasmitir la chispa al centro del barril, distante apenas unos cien metros, lo cierto es que nuestras esperanzas quedaron frustradas, y hubo que aplazar la operación hasta traer de Europa o de los Estados Unidos del norte los aparatos necesarios para verificarla con seguro éxito.

En aquel instante un rayo de sol, penetrando la niebla, produjo el bellísimo fenómeno de un doble arco-iris levantado en medio de la laguna, y apoyando sus extremidades en las rocas de un lado y otro, pareciendo aquella señal el triunfo del misterio sobre los esfuerzos de la ciencia humana, o como decían los indios que nos ayudaban en la operación: que el espíritu de algún mohán o hechicero se oponía con todas sus fuerzas a la profanación de aquel sagrado recinto.

pareciendo aquella señal el triunfo del misterio sobre los esfuerzos de la ciencia humana, o como decían los indios que nos ayudaban en la operación: que el espíritu de algún mohán o hechicero se oponía con todas sus fuerzas a la profanación de aquel sagrado recinto.
Subir
Anterior
Siguiente