Trabajo y técnica1873-01-10San Agustín, Huila, ColombiaTomo VIII
Después de almorzar, y cerca ya del medio día, se despidieron de mí los dos compatriotas que me habían acompañado, porque tenían que volver a Timaná para el domingo, a su acostumbrada compra de sombreros. Mientras se disponía lo necesario para su marcha y los peones preparaban sus herramientas para acompañarme al bosque, tuve ocasión de tomar un apunte de uno de los trabajadores ocupados habitualmente en extraer quinas de la montaña, que no pudo menos de fijar mi atención por la capa de paja con que iba cubierto, por su musculatura vigorosa y su resuelta apostura para dominar los muchos obstáculos que por todas partes les opone la naturaleza salvaje, indómita y bravía, con que luchan a cada paso. El peón quinero, acompañado siempre de algunos más, provisto de un poco de maíz, panela, algún arroz y carne en tasajo, que es su alimento único al penetrar en la selva solitaria, donde suele permanecer semanas enteras, es un objeto digno de curiosidad y de estudio.
Tomo VIII
Peón quinero subiendo la montaña
1873-01-10
Gutiérrez de Alba, José María
Acuarela sobre papel blanco
22,9 x 16,6 cm
Con el hacha al hombro y el machete colgado del cinto, tal como lo presentamos, sin más guía que la corriente de algún riachuelo o el elevado pico de alguna montaña, se abandona al azar por medio de las tupidas selvas; salta como el venado por el cauce de los torrentes, atraviesa terrenos pantanosos, con el agua y el fango hasta más arriba de la rodilla; corta con agilidad las plantas sarmentosas que ligan los troncos y le impiden el paso; y abriendo trochas por entre la tupida maleza, no hollada jamás por la planta humana, se aleja sin temor de todo lugar conocido, hasta encontrar el precioso árbol cuya corteza sirve de premio a sus peligrosas fatigas, privaciones y penalidades.
salta como el venado por el cauce de los torrentes, atraviesa terrenos pantanosos, con el agua y el fango hasta más arriba de la rodilla
Encontrada ya una mancha del árbol codiciado, si contiene el número suficiente de plantas para detenerse en aquel lugar algunos días, forma un ligero rancho para acopiar y poner a secar la quina y guarecerse durante la noche; empieza a derribar árboles, cuyos troncos y ramas corta luego en pedazos de quince a veinte centímetros, y procede después a la operación de descortezarlos y orear por medio del fuego la corteza extraída, para disminuir su peso, y poder sacar mayor cantidad fuera del bosque. Cuando ya tiene reunida su carga, que suele ser de cinco a siete arrobas, la deposita en un costal que a prevención lleva; se la echa a la espalda, y vuelve por sus mismos pasos, sin temor a los precipicios ni a los torrentes que ha tenido que vadear, los cuales pasa apoyado en un palo puntiagudo, que jamás abandona hasta salir de la selva. El intrépido quinero obtiene por remuneración de su trabajo, como término medio, cuatro pesos fuertes por arroba, con lo cual tiene para el sustento de su familia, provisión de víveres para otra nueva expedición, y el consumo no escaso de aguardiente que suele hacer entre una y otra entrada a la montaña.