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Un relato de horror del periodo colonial

Gente 1872-01-18 Suaza, Huila, Colombia Tomo VIII
En una de estas colinas un tanto pedregosa, y que conserva aún el nombre de Las Quemadas, ocurrió hace más de dos siglos, según la tradición asegura, un hecho horrible, que llenó de consternación toda la comarca, poco poblada entonces. Fue el caso que con motivo de unas fiestas que se celebraban en la ciudad de Timaná, entonces la más importante de todas las poblaciones del contorno, cuantas familias acomodadas pudieron concurrir a ellas, abandonaron accidentalmente sus hogares para pasar unos días de solaz en lo que era entonces el principal centro de civilización de esta parte de la colonia. La población incipiente, que más tarde se convirtió en la de Suaza o Santa Librada, al trasladarse al lugar que hoy ocupa, reducíase entonces a un grupo de ranchos de poca importancia, ocupados por dos o tres colonos españoles y unos cuantos indios reducidos.

La familia principal contaba entre sus miembros dos niñas, una de siete a ocho años, y otra de diez y seis o diez y siete, y ambas quedaron al cuidado de los criados y esclavos de sus padres, mientras estos se trasladaban a Timaná. La primera noche se pasó con tranquilidad en la ranchería huérfana de sus jefes, pero a la segunda, sintióse a poco de anochecer una gran algazara hacia el lado del bosque; poco después se presentó un numeroso grupo de andaquíes, que adelantándose en son de guerra, pusieron fuego a todas las cabañas, después de robar cuanto en ellas incitaba su codicia, y dando muerte cruel a todos sus moradores, arrastraron con ellos en su fuga a las dos niñas infelices, únicos seres a quienes conservaron la existencia.

Poco después se presentó un numeroso grupo de andaquíes, que adelantándose en son de guerra, pusieron fuego a todas las cabañas, después de robar cuanto en ellas incitaba su codicia, y dando muerte cruel a todos sus moradores, arrastraron con ellos en su fuga a las dos niñas infelices, únicos seres a quienes conservaron la existencia.

Cuando los colonos regresaron a sus hogares, y lo encontraron todo reducido a cenizas, demandaron auxilio a Timaná para hacer una entrada en los bosques, e imponer castigo a los salvajes andaquíes, cuyas huellas, frescas aún, les indicaban el lugar por donde se habían retirado. A poco de penetrar en el bosque ofrecióse a sus atónitas miradas un espectáculo que, por lo sangriento, produjo en toda la comitiva una sensación de horror indescriptible: de las dos niñas robadas, la mayor debió sin duda hacer gran resistencia a sus salvajes raptores, y estos la inmolaron en aquel mismo lugar, dejando clavado su cuerpo en un palo puntiagudo que lo atravesaba en toda su longitud y le salía por la boca. La otra, que por su corta edad, no pudo hacer resistencia alguna, fue sepultada con ellos en sus selvas impenetrables, donde, acostumbrada al fin a la vida salvaje, vivió y murió entre ellos, dejando una dilatada familia, de cuyos sucesores se dice que quedan algunos individuos, que todavía conservan en su fisonomía patentes señales de su origen. La excursión fue enteramente inútil y los vengadores de los colonos tuvieron que regresar sin dar cumplimiento a su propósito.
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