El cuerpo exhibido, purificado y revelado
experiencias barrocas coloniales

Introducción

El cuerpo es una experiencia cultural y tiene una historia. La forma como es concebido, el lugar que ocupa en la sociedad, las maneras de relacionarse con él, su presencia en la vida cotidiana, como es imaginado y representado, cambian de acuerdo con las sociedades que lo piensan o lo viven. El sentido de “habitar” una corporeidad adquiere su significado en relación con los contextos sociales y culturales que lo producen. Esto es lo que convierte al cuerpo en una construcción discursiva, en una representación, un cambiante “territorio” donde sea sienta lo humano. Paradójicamente, el cuerpo es el gran ausente de la historia por el olvido de los historiadores. Solo recientemente el cuerpo se ha convertido en “objeto” de la historia. Fueron necesarias las revoluciones sexuales de los años sesenta, las reflexiones de Foucault, el desarrollo de la historia de la ciencia, entre otros acontecimientos, para que los historiadores le preguntaran al pasado por sus usos y experiencias.

En el mapa de los conocimientos, sabemos que la experiencia medieval de cuerpo se separa de aquella que institucionalizó las transformaciones del mundo moderno de los siglos XVI y XVII. La invención del cuerpo, como concepto autónomo, corre paralelo a la consolidación de la conciencia de cuerpo individual. Este proceso corresponde, precisamente, a estos siglos. Lo que valida conocer la manera como se llevó a cabo esta construcción, es que nuestra experiencia de cuerpo está formada por esa tradición barroca, moderna por definición. Aquello que para nosotros es corporalmente “normal” se ha venido construyendo en estos últimos siglos. Por ello es posible el diálogo entre el cuerpo barroco y el contemporáneo, diálogo imposible quizá, si se comunicara el mismo aspecto entre la cultura moderna y la medieval.

La expresión “tenemos un cuerpo” revela en buena medida aquella larga tradición que excluye la relación de la cultura occidental con su propia experiencia de corporeidad. No tenemos un cuerpo, somos un cuerpo. Aceptar la tenencia de la corporeidad es el resultado de “ocultamientos”. El redescubrimiento del cuerpo en la cultura barroca se inscribe en medio de dos “ocultamientos”: el medieval1 que, pese a sus grandes avances en la materia, privilegió el alma en su tensión con el cuerpo. El segundo ocultamiento, en el que fue sometido el cuerpo con la consolidación de la sociedad burguesa del siglo XIX. La moral burguesa, animada por los sentimientos de la vergüenza y los escrúpulos, tendió a su encerramiento, a su higienización, a la privatización, al control, a la vez que lo convertía en una colonia de la medicina.

La fascinación de la cultura barroca por el cuerpo exhibido, el fragmentado, el mortificado o el glorificado, revela de qué manera esta época recogió los resultados de la lucha de la cristiandad durante dieciséis siglos para aceptarla corporeidad, más allá del dualismo. Se avanzó cuando se le consideró un “familiar enemigo”, se reinventó la mortificación para perfeccionarlo y se concibió que podía dominarse para que fuera habitable. La cultura barroca es rica en la producción de discursos sobre el cuerpo, es múltiple en sus imágenes. Anuncia nuevas formas de relacionarse con él, sin embargo, siempre parte de la experiencia legada de la medievalidad.

Esto es lo que pretende explorar este artículo, algunas de las tensiones de la cultura barroca con respecto a las transformaciones de la corporeidad. El escenario es este Reino de la Nueva Granada, que como territorio de ultramar de la Corona española recibió los cambios que se generaron en la cristiandad. Sus escritores y pintores, dos de los campos con mayores posibilidades de crear discursos sobre el cuerpo, recogieron y plasmaron la concepción neogranadina del mismo, incluyendo muchas veces elementos centrales de su cultura. Se parte de la idea de que las narraciones visual y escrita, de carácter casi exclusivamente católico, generaron un discurso sobre los ideales de la corporeidad que contenían elementos de individualización, pero que fundamentalmente buscaban la construcción del otro cuerpo, el cuerpo social. Los discursos sobre el cuerpo en la Nueva Granada revelan la tensión entre la tradición cristiana y un mundo que comenzaba a cambiar, aquel que empezaba a ser dominado por la conciencia de sí, el individualismo.

1.Contrario a lo comúnmente aceptado, el mundo medieval fue lúcido en su relación con el cuerpo. Un panorama general se encuentra en Jacques le Goff, Una historia del cuerpo en la Edad Media.