EL ESPECTADOR de Bogotá – 01/08/2014. Páginas 24 y 25 - Ver nota completa
El Museo de Arte del Banco de la República recoge 26 años de trabajos gráficos del legendario pintor. Su fijación con las ideas y su singularidad lo ponen a la par de Leonardo Da Vinci.
Las ideas. Esa singular partícula produjo el cambio entre dos épocas: el Medioevo y el Renacimiento. Por entonces, cuando nació Alberto Durero, era común que el arte fuera tomado como una herramienta para la difusión de las ideas religiosas. Pero fue en ese período cuando, poco a poco, ideas y religión parecieron dos entidades por completo distintas, chocantes. Durero lo sabía y el ambiente que lo rodeaba le permitía pensar un poco más allá: Núremberg era una ciudad imperial, los artistas eran independientes. De modo que, cuando llegó el momento, supo que a través de la imagen era posible expandir las ideas con un impacto quizá más poderoso que las palabras.
Y fue artista.
Durero apoyaba a Lutero y había conocido a Erasmo de Róterdam. Era profundamente religioso y tenía una fijación curiosa por todo cuanto sucedía en el mundo. Escribía, anotaba aquello que pensaba y aquello que no, aquello de lo cual carecía y aquello en lo que se excedía. Fue en principio un artista de retratos religiosos, pero entonces, cuando sumaba 23 años, viajó a Italia por primera vez y ya nada sería lo mismo: aprendió sobre la proporción, el paisaje como parte de las imágenes, la composición, los tonos, las sombras y las luces.
“Es un investigador, escribe todo, se conoce todo —dice Rosa Perales, curadora de la exposición en el Museo del Banco de la República—. Es el gran científico de la época. Así como Leonardo también lo es: el hombre del norte, Durero, es metódico, es alemán, calculador, legal, se levanta a la misma hora, hace lo mismo, rígido en sus costumbres”. Pintaba en óleo y a través de sus estudios sobre la figura humana fue encontrando más razones para escribir: Cuatro libros sobre la proporción humana es una de las obras que prueban las obsesiones de Durero. ¿Y qué es posible hacer con tanto conocimiento? ¿A qué vienen tantos datos e investigaciones? Durero fue en principio un hombre de religión y no dejó de serlo, pero en sí mismo fue recogiendo todas las angustias y transformaciones de su tiempo hasta ser, casi por completo, un hombre de las ideas, racional, y aun así con una fuerte espiritualidad. En sí mismo, Durero es la imagen de cierto período.
Una lista de sus trabajos en óleo daría cuenta de una vaga idea: parece que, de tiempo en tiempo, Durero fue perdiendo el interés por este material y se concentró en las litografías y las xilografías. Y explotó ambas técnicas hasta la genialidad. “La litografía tradicionalmente se utilizaba de una manera tosca —dice Perales—. Se solía hacer un contorno de figura y luego se rellenaba y se hacían los oscuros y los claros, y provocaban la sombra y el volumen. Durero raya en vertical y horizontal, cruza las rayas con el buril, y crea el efecto de la sombra. Trabaja la sombra y la luz, y con eso consigue el efecto de volumen. Eso lo aprende de los italianos”.
Es bien sabido, sin embargo, que el arte no es sólo un modo de la técnica. De hecho, la técnica es sólo práctica, pero no arte real y tangible y contundente. Durero aplicó esta técnica a un pensamiento más profundo, pensamiento de su tiempo y que tal vez iba más allá de él: el arte es el vehículo de las ideas. “El logro de Durero es trabajar pictóricamente un grabado, hasta el punto que trabaja la composición, la proporción, la perspectiva y el paisaje, cuatro elementos que hasta entonces no se habían hecho —dice Perales—. La imagen era repetitiva; importaba qué se decía, no cómo se decía. En Durero, es la inversión del mundo medieval al mundo de las ideas: yo te transmito algo, pero te lo transmito como lo quiero transmitir. Es el mundo antropomórfico, no el mundo de Dios. Son las teorías del hombre”.
Si Dios no es el centro y el hombre es el punto de toda idea, ¿qué es el artista? Durero responde, como todos los artistas reales, a través de su trabajo: el artista es un autor y un artificio. Es el creador y es casi un dios. Quizá un dios menor, que prescinde de la inmortalidad pero se hace inmortal en un taco de madera o en una placa de cobre tratada al buril. Durero encuentra así una noción que en este tiempo es bastante común: la autoría. Por entonces, el artista era apenas un mediador, un enviado de Dios, quien se permitía tomar su talento para explorar las ideas espirituales del catolicismo más arraigado. Y sí: Durero trabajaba en Alemania y en ocasiones para la corona española. Sus trabajos eran a veces divulgados sin su permiso, falsificados y vendidos como si fueran originales: comenzaba la época de la reproductividad técnica gracias a la imprenta. Entonces decidió firmarlos, registrarlos, saber dónde estaban y quién los había comprado. Era un artista con su obra, un artista con su visión, con ideas propias formadas a partir de una experiencia, dolorosa o no, frente a la vida. Durero fue por ello un adelantado: en los primeros años del Renacimiento, firmar una obra era en cierto sentido una declaración de principios. Y Durero supo formarlos.
Erwin Panofsky, conocedor de la obra del alemán, fallecido en 1968, escribió: “Durero imaginaba un ser dotado del poder intelectual y los logros técnicos del arte, aun dentro de la desesperación de hallarse dominado por el humor negro, y así representó una geometría que deviene melancolía o, dicho de otro modo, una melancolía dotada de todo lo que está implícito en la palabra geometría. En definitiva, una melancholia artificialis, una melancolía del artista”. Durero conoció tanto, exploró tanto, que quizá no llegó a ningún lugar. Melancolía, uno de sus grabados más detallados y plenos de elementos simbólicos, podría ser un autorretrato: el artista angelical está por completo indiferente, entregado a la desidia, mientras el conocimiento lo rodea a través de imágenes proporcionadas y lumínicas. La melancolía es la vejez, el término y la cercanía a él. La melancolía es otro de los modos de la inevitable ignorancia.