1794
La traducción de los Derechos del Hombre y la Defensa de Nariño: las palabras derechos y libertades circulan como “noticia histórica”

En la Nueva Granada, como en otras regiones coloniales en la segunda mitad del siglo XVIII, había circulado el paradigma ilustrado para el conocimiento de la sociedad y de la naturaleza, que propendía por pensar y conocer libremente desde la experiencia y la razón, en oposición a las elaboraciones de la filosofía escolástica o peripatética. Con apoyo de la corona borbónica se realizaron reformas al currículo de las universidades, se crearon la Real Biblioteca y la Real Expedición Botánica, y consulados (especie de cámaras de comercio) y sociedades de amigos del país. Al mismo tiempo, en casas particulares y en los cuartos de los colegios se organizaron tertulias literarias en las que se leía y conversaba. Se creó una red de personas que se encontraban, intercambiaban informaciones, confrontaban ideas, mantenían correspondencia, analizaban diversos aspectos de la economía, la sociedad y la política y elaboraban proyectos. Estas experiencias posibilitaron que los participantes se sintieran miembros de una comunidad imaginada1 a la que pertenecían no solamente por vínculos de sangre, paisanaje y compañerismo sino también por las ideas sobre las que discutían. Esta red ha sido caracterizada por Renán Silva, como una comu- nidad de interpretación2. Las lecturas de Feijoó y Jovellanos, con sus críticas a la apariencia social, al desprecio al trabajo y a las falsas preocupaciones, fueron quizás las de mayor circulación. También tuvo difusión, aunque menor, la prensa europea que hablaba de libertad de cultos, de expresión y de opinión, y los textos de Rousseau, Montesquieu, Locke y Voltaire.

Sin embargo, la Revolución Francesa y la Independencia de Estados Unidos alarmaron a las autoridades virreinales y las ideas que antes circulaban libremente en impresos como El Espíritu de los mejores diarios fueron perseguidas en las colonias hispanoamericanas. Desde mediados de la década de los noventa y hasta la Independencia, la política cultural de la monarquía reprimió, acalló, persiguió y discriminó a los ilustrados, sus formas de sociabilidad y la nueva inteligibilidad que se había creado. Las tertulias se tuvieron que restringir a la esfera privada, fuera de los colegios. En 1794 se abrieron tres sonados procesos judiciales, contra las personas involucradas en un conjunto de hechos: la traducción e impresión de Los Derechos del Hombre y del Ciudadano, hecha por Antonio Nariño; la publicación de los pasquines sediciosos por parte de estudiantes del Colegio del Rosario; y los rumores de una conspiración contra los españoles en Santa Fe. Entonces se hizo evidente y dominante el carácter político de la Ilustración, que hasta entonces parecía centrarse en un eje científico y racionalista.

La traducción de los Derechos del Hombre y del Ciudadano y la Defensa que Nariño hizo de su actuación pusieron el lenguaje de los derechos y las libertades en el centro del debate. En la Defensa, Nariño toma muchas citas de El Espíritu de los mejores diarios, “que aquí anda en manos hasta de los niños y mujeres, trae pasajes que no solo comprenden los principios del papel (la Declaración), sino otros de mayor entidad, teniendo al frente, entre suscriptores a nuestros augustos monarcas y principales Ministros de la Nación”3. Recoge largas y elocuentes citas que defienden con entusiasmo y contundencia que la felicidad de pueblos e individuos reside en los derechos de propiedad, libertad, igualdad y seguridad los cuales vienen de Dios y han sido proclamados por las leyes naturales. Las Leyes de Partida, las reglas jurídicas basadas en conocidos autores, la Enciclopedia y la declaración de Filadelfia son citadas para respaldar estos principios. Las citas se extienden sobre las concepciones modernas de justicia y autoridad y concretamente sobre la libertad de cultos, de expresión, de opinión, y sobre la necesidad de dejar espacio para que se exprese la verdad. Allí, dice, están tratados los mismos principios pero no en concisos preceptos sino en discursos para persuadir:

“Conocerá igualmente que estando tratados en los diarios de la nación, en los publicis tas, que enseñan a la juventud en nuestras aulas, en los autores españoles y extranjeros, que corren en la monarquía, y que los pueden leer cualquiera que guste, no puede juzgar el papel de Los Derechos del Hombre como pernicioso”4.

Finalmente, insistía en la inocuidad de la Declaración como un papel “metafísico”, con ideas codificadas en un grado alto de abstracción que “apenas lo entienden las personas que tienen conocimiento” a quienes estaba destinado como “noticia histórica”, pues si hubiera querido seducir habría escogido una de “tantas arengas” que contenía el mismo libro del que tomó la Declaración de la Asamblea Francesa5.

Durante el proceso contra Nariño se confiscó el boceto previsto para decorar el cielorraso de un salón de reuniones secretas en su casa. En él se puede ver un conjunto peculiar de autores de la Antigüedad griega y romana junto a sus correspondientes modernos, dispuestos en parejas. Esquemáticamente sería así: Sócrates y Rousseau, filosofía, política y ética (griego V- IV a. C. y ginebrino XVIII); Plinio y Buffon, historia natural (latino I; francés XVIII); Newton, matemáticafísica, (inglés XVII- XVIII); Tácito y Raynal, historia (latino I-II; francés XVIII); Platón y Franklin, filosofía, ciencia y política (griego V-IV a. C.; norteamericano XVIII); Jenofonte y Washington, historia, filosofía y actividad militar (griego V-IV a. C.; norteamericano XVIII); Solón y Montesquieu, legislación (griego VII-VI a. C.; francés XVIII). El retrato del mismo Nariño debería ir acompañado de los de Demóstenes y Cicerón, los grandes oradores de Grecia y Roma, y del de William Pitt (es de suponer que se trate del padre, lord Chatan). Había también frases que acompañaban y fijaban el mensaje de los retratos. Entre ellas, la alusiva a Franklin fue la que más ocupó a los jueces en su contra: “Quitó al cielo el rayo de las manos y el cetro a los tiranos”.

Se puede observar que en el boceto no hay un solo español, ni hay nadie incluido por su cargo o su posición social, solamente por sus ideas y realizaciones. No hay que olvidar que la formación universitaria de la época revaloraba los clásicos y, en alguna medida, incorporaba a los modernos. La inclusión de Nariño en esa iconografía remite, sin duda, a un sentimiento de identificación como par. Posiblemente lo vivía y sentía como una inclusión circunvalar en la República de las Letras, pues desde una cierta periferia, se “saltaba” el vínculo con España y se vinculaba con un universo de representaciones antiguas, al tiempo que con europeas y norteamericanas modernas.

1 El concepto de comunidad imaginada, propuesto por Benedict Anderson, ha sido acogido por varios historiadores para la comprensión de los sentimientos de pertenencia común de quienes compartían lecturas, sociabilidades y lenguajes en los territorios que luego formaron naciones desprendidas de los viejos imperios. Benedict Anderson (1993), Comunidades Imaginadas, México, Fondo de Cultura Económica.

2 Renán Silva (1992), Los Ilustrados de Nueva Granada 1760-1808. Genealogía de una comunidad de interpretación, Bogotá, Banco de la República y EAFIT.

3 Defensa de Nariño, en: Guillermo Hernández de Alba (1980), Proceso de Nariño, tomo I, Presidencia de la República, Bogotá, pp. 390-391.

4 Defensa de Nariño, en Guillermo Hernández de Alba (1980), Proceso de Nariño, tomo I, Presidencia de la República, Bogotá, p. 402.

5 Carta de Nariño desde la prisión en Santa Fe a los Consejos de su Majestad, 6 de mayo de 1795, Guillermo Hernández de Alba (1980), Proceso de Nariño, tomo I, Presidencia de la República, Bogotá, pp. 297-313.