— CARLOS ALBERTO RODRÍGUEZ F.
Aún cuando las taxonomías botánicas indígenas
se acercan o se asemejan a los criterios de la ciencia occidental,
la nominación y los criterios de clasificación responden
a lógicas diferentes. Mientras que para la ciencia
los criterios anatómicos y reproductivos se privilegian,
razón por la cual existen herbarios con colecciones de especímenes
secos; para los indígenas los aspectos simbólicos
y de la práctica son los que definen la nominación y
la clasificación. En este sentido, don Abel hace mención a
grupos grandes de árboles definidos a partir de múltiples
criterios, entre los cuales se encuentran si son finos u ordinarios,
si son de madera dura o blanda, si son de hoja
grande o pequeña, de corteza rugosa o lisa y otros muchos
criterios más. Para cada criterio existe un orden, por
ejemplo en cuanto a la dureza de la madera, se comienza
con los árboles más duros, como los corazones de ‘palosangre’,
hasta llegar a los más livianos o blandos, como
los balsos.
Una vez definidas las categorías, don Abel inició el proceso
de ilustración de cada grupo comenzando por las palmas,
las cuales se ordenan de acuerdo con criterios como
el origen mítico, la altura, la corteza y forma de la corona,
color de las hojas o pinnas.
En cuanto a los grupos específicos de árboles, como los
laureles, los guamos, los venenosos, las maderas finas etc, se
empieza por el árbol capitán, o principal. Luego se continúa
con las especies asociadas, anotando las diferencias -a veces
pequeñísimas- como el cambio de tono de la corteza, el largo
de las ramas o las formas y tamaño de las hojas.
Las ilustraciones siempre van acompañadas de un
texto que recoge las principales características del árbol,
bajo una especie de guía para memorizar, o nemotécnica.
En los textos se incluye información sobre el nombre común
y en idioma, el lugar en donde vive, el tipo de madera,
el tipo de corteza, usos y relaciones ecológicas, como
por ejemplo el tipo de animal que come las frutas y dispersa
sus semillas.