— CARLOS ALBERTO RODRÍGUEZ F.
El buen nombrar es definitivo para manejar las
relaciones con la naturaleza y sus dueños espirituales y en
este sentido para curar el mundo y sus habitantes. Las plantas
tienen poderes para curar a las personas, pero la planta
no cura por sí misma, sino junto con los conjuros que se
utilizan. Este último punto es fundamental, puesto que en
el chamanismo y la curación es en donde se le da sentido
al discurso o la palabra que acompaña las recitaciones,
que no son más que un buen nombrar de las plantas. Esto
hace necesario el claro establecimiento de categorías, sistemas
clasificatorios y formas de nemotecnia para recitar
sin equivocaciones y de esta manera invocar a los espíritus
o dueños que curan las enfermedades. En otras palabras,
los sistemas clasificatorios y la taxonomía indígena corresponden
al conocimiento práctico para la vida.
Los nombres de los árboles o palos, como los llaman los
indígenas, corresponden a todo un conjunto de relaciones
que van desde orígenes míticos, relaciones con la fauna,
relaciones con los usos o relaciones con los paisajes y sus
unidades ecológicas.
En cuanto a orígenes míticos se puede mencionar casos
como el balso de luna, que se refiere al árbol con el cual la
luna construyó a su compañera, y de igual manera el balso
es el origen de varios peces. Las relaciones con la fauna son
las más utilizadas para nombrar a los palos o árboles, y se
hace mención tanto a los animales que lo habitan como a
los que lo consumen, por lo que es frecuente la asociación
del nombre genérico con el del animal: juansoco de pescado,
siringa de pescado, guacuri de pajarito, palo de gusano,
palo de mochilero, etc.
Con relación a la nominación por el uso, uno de los
nombres más comunes es ‘cabodehacha’, que encierra en
sí mismo la destinación principal de esta madera, aunque
tenga otras más. Otro caso es el palo de manguaré, que se
utiliza para construir el tambor xilófono que acompaña los
rituales y que se escucha a varios kilómetros de distancia.
La relación con el paisaje o unidad del paisaje es también
frecuente y corresponde a nombres genéricos como son
los palos de rebalse, palos de monte, de tierra firme o de
sabana. Resulta interesante observar que los árboles propios
son de monte o tierra firme y no se mencionan con la
unidad de paisaje, mientras sus equivalentes de rebalse o
bosque inundable sí se mencionan con la unidad de paisaje,
por lo que a esta categoría pueden pertenecer varias
decenas de árboles. Este último caso evidencia la presencia
de sistemas clasificatorios que incluyen categorías dependientes
de las especies y variedades consideradas como
buenas o finas, pero que crecen en lugares distintos al
monte firme.