1810
Diarios de la Independencia:
convocando al pueblo, temiendo a la plebe

Pueblo ilustre de Santa Fe:

Es preciso que os acordéis que os halláis en este caso. Habéis depositado vuestra confianza para salvar la patria en una junta suprema, compuesta de vuestro ilustre ayuntamiento, que tanto se ha distinguido en esta crisis, y de los ciudadanos que vos mismo habéis proclamado. Tiempo es ya de que ceséis en vuestra inquietud, y vuestros clamores. Dejad obrar a vuestros representantes. Si les queréis imponer la necesidad de suscribir a todas vuestras demandas, y en el momento que las hacéis, entended que destruís vuestra obra: no existe la autoridad que habéis creado. Pero si ella es la depositaria de vuestros derechos y de todas vuestras facultades, si ella es este pueblo mismo, porque no representa otra cosa, hacéis un monstruo de dos cabezas, queriendo a un tiempo obedecer y mandar.9

Los pueblos entendieron que el ejercicio de su soberanía no era solamente nombrar a sus representantes sino también señalar a quienes consideraban sus enemigos. Ocupando las plazas hacían sus exigencias y presionan a las juntas. Eso no sería novedoso si se considera que durante el período colonial se registraron muchos eventos en ciudades y villas, y aún en pueblos, especialmente al inicio de cada año cuando se hacía la elección de los cabildos, alcaldes ordinarios y pedáneos, en los que la gente participaba a favor o en contra de alguno de los nombrados, alegando su idoneidad, su calidad o su comportamiento moral. Lo extraordinario era que ahora se hacía con la investidura de la soberanía popular. Ante la amenaza de desbordamiento de las exigencias populares, los letrados y los cabildos sintieron la necesidad de dar sentido a los acontecimientos, fijar el significado de las palabras.

Esa necesidad la expresaron claramente José Joaquín Camacho y Francisco José de Caldas, ambos miembros de la Junta, cuando fundaron el Diario Político de Santafé de Bogotá para “difundir las luces, instruir a los pueblos, señalar los peligros que nos amenazan y el camino para evitarlos, fijar la opinión, reunir las voluntades y afianzar la libertad y la independencia […]”. La manera como estos autores se refieren a los acontecimientos de julio y agosto de 1810 contiene tanto la sorpresa por la activa participación del pueblo como el miedo a que éste se desbordara en sus reclamos.

“El pueblo sostenía su puesto, y su firmeza a cada momento gustaba mas de su libertad, conocía mas y mas sus derechos, su dignidad y su Soberanía: tomaba aquel tono imperioso, libre y de señor. Ya no era ese rebaño de Ovejas, no ese montón de bestias de carga que solo existían para obedecer, y para sufrir. Pedía, o casi mandaba, a la Suprema Junta la ejecución de muchos artículos”. (Diario Político. Historia de nuestra revolución, agosto 31 de 1810) “No todas las peticiones del pueblo eran justas. Muchas respiraban sangre y dureza. La Junta Suprema concedía unas, olvidaba otras, otras, en fin, negaba, con persuasiones”. (Diario Político, julio 22 de 1810)

En Mompox se registró:

“… el descontento popular había subido de punto y el desorden no estaba lejos. El rumor se había convertido en un verdadero grito y ya era menester una medida tan prudente como rápida y enérgica…”. (M. E. Corrales [1883], Documentos para la historia de la provincia de Cartagena, vol. 1, Bogotá, p. 189)

El Argos Americano nos cuenta que en Cartagena

“[…] la mañana del día 11 se presentó el pueblo en masa delante del palacio de Gobierno pidiendo con repetidos clamores la declaración de nuestra absoluta independencia”. (Argos Americano, suplemento, noviembre 18 de 1811)

En Santafé piden encarcelar a algunos de los oidores y sacar del palacio al virrey y a la virreina. José María Caballero, el diarista, lo consignó así:

“Comenzaron a pedir con instancia que les echasen los grillos a Frías y a Alba; no hubo remedio; les echaron grillos, pero el pueblo quería satisfacerse y así pidieron que los querían ver; se abocan todos frente a la cárcel de corte; gritan que si están ya con los grillos, que los saquen al balcón que los quieren ver. A esto se presentan en el balcón tres eclesiásticos que fueron: el canónigo don Martín Gil, el cura de la catedral don Nicolás Omaña y don Francisco Javier Gómez; cada uno por sí hizo al pueblo una larga arenga, para disuadir al pueblo de su empresa, pero el pueblo no daba más respuesta que era: ¡No, no, no, que salgan, que los queremos ver! En estos debates se anocheció, y el pueblo comenzó a decir que encendiesen luces, lo que se ejecutó al momento. Los sacaron por fin, uno a uno; lo que temían era que el pueblo fuera a hacer algún desmán, como tirarles algún balazo, o piedra, o injuriarles, lo que ofreció el pueblo de no hablar palabra, ni hacer ninguna acción indecorosa, lo que se cumplió con un silencio admirable”. (José María Caballero, Diario de la Independencia, 22 de julio de 1810)

El pueblo fue convocado como fuente natural de la soberanía para que aclamara a sus representantes y de esta manera legitimar las Juntas. Aunque quisieron, estas no pudieron evitar que los mandatarios depuestos fueran objeto de resentimientos y odios acumulados. Estos sentimientos fueron entendidos por los notables como opuestos a la razón y a las buenas maneras, e inspirados más bien por las pasiones de quienes se consideraban desposeídos de honor por nacimiento. Como lo ha explicado Jesús Martín-Barbero, “la racionalidad que inaugura el pensamiento ilustrado se condensa entera en ese circuito y en la contradicción que cubre: está contra la tiranía en nombre de la voluntad popular pero está contra el pueblo en nombre de la razón”10. No debe ocultársenos que en estas sociedades, la razón ilustrada estaba combinada con la noción jerárquica de honor.

9 Bando sobre orden público, Pey de Andrade, José Miguel, Santa Fe, 23 de julio de 1810

10 Jesús Martín-Barbero (1987), De los medios a las mediaciones. Comunicación, cultura y hegemonía, Barcelona, Ediciones G. Gilli, p. 15.