1810 – 1814
Prensa Y PASQUINES, libertad de expresión

“He aquí uno de los primeros frutos de nuestra libertad y de nuestro Gobierno. Ahora dos meses temblaría un escritor al poner las dulces palabras libertad, independencia; y hoy hacen su consuelo y sus delicias”.11

La libertad de imprenta que trajo la Independencia permitió que todo tipo de palabras circulara en el espacio público; que las que habían sido ideas secretas para la corona, se propagaran con libertad. Con las palabras se hacía la revolución.

La imprenta fue un campo de batalla fundamental para los nuevos republicanos. Los líderes del movimiento de Independencia lucharon por obtener imprentas con el mismo ahínco que por obtener armas. En los primeros años de la Independencia se compraron más de cinco nuevas imprentas en diferentes lugares de la Nueva Granada que se adicionaron a las que ya había en Cartagena y Santa Fe antes de 1810.

La libertad de expresión se vivió con júbilo, como una epifanía, con la conciencia de estar viviendo una experiencia de cambio en la historia, de estar inaugurando un tiempo nuevo:

“Señores: Estamos en el tiempo de expresar las cosas con las palabras que las significan. Ya no somos esclavos, somos libres, algo más que libres y por lo mismo nadie deberá extrañar el lenguaje de claridad con que me enuncio”. (Discurso J. M. Gutiérrez, Mompox, 14 de agosto de 1810)

“Ya se acabó ese tiempo de silencio y de misterios y se rompieron las cadenas que han aprisionado a la razón y al ingenio, desaparecieron para siempre esa reserva injuriosa a nuestra fidelidad y ese secreto, el baluarte más firme de la tiranía”. (Diario Político, 27 de agosto de 1810)

Los líderes expresaron su alegría de poder hablar en voz alta y de precisar el significado de las ideas liberales para las que fueran colonias de España: la doctrina contra la tiranía aplicada a Napoleón en España debía ser utilizada contra los gobernantes españoles.

Los jóvenes escritores se dedicaban a persuadir a la gente, en un lenguaje grandilocuente y teatral, de las bondades del “nuevo tiempo” y se trenzaban en una contienda por el derecho a hablar en nombre de la nación. El lenguaje hacía la política y desde las imprentas se reconstituía el orden político. Palabras del lenguaje revolucionario como libertad, república, patria, constitución, leyes, derechos y ciudadanía se revistieron de encanto, pasión y trascendencia. Pero era necesario debatir sus significados y sus implicaciones.

Desde los días siguientes a la formación de Juntas se inició el debate sobre los significados de libertad, lealtad, soberanía, representación y ciudadanía. La urgencia de definir, de deslindar, de fijar los significados es una de las evidencias más fuertes de la importancia del lenguaje en el proceso revolucionario. Este era un ejercicio complejo en el que se hacía la construcción social del discurso de la independencia y al mismo tiempo la construcción discursiva de las bases de un nuevo orden político.

“Ya no somos colonos: pero no podemos pronunciar la palabra libertad, sin ser insurgentes. Advertid que hay un diccionario para la España europea, y otro para la España Americana: en aquella las palabras libertad, independencia son virtud, en esta insurrección y crimen: en aquella la conquista es el mayor atentado de Bonaparte, en esta la gloria de Fernando y de Isabel: en aquella la libertad de comercio es un derecho de la nación; en esta una ingratitud contra cuatro comerciantes de Cádiz”. (Antonio Nariño, La Bagatela, suplemento al n.º 5, agosto de 1810)

“Pero ¿qué es la libertad? ¿Es romper todo freno y todo respeto? ¿Es sacudir el yugo de toda obligación moral, y civil? ¿Es dar curso y satisfacción a las pasiones? No, este es el libertinaje esta es la suma de todos los vicios y de todos los males. El hombre libre es el que obedece solo la ley, el que no está sujeto al capricho y las pasiones de los depositarios del poder. Un pueblo es libre cuando no es el juguete del que manda, y cuando solo manda la Ley. Somos esclavos de la ley para ser libres dice Cicerón. Para ser libre es preciso ser virtuoso, sin virtudes no hay libertad; jamás se unió la libertad con las pasiones: un pueblo corrompido no puede ser libre. ¿Queremos ser libres?, seamos virtuosos…”. (Diario Político, n.º I, Prospecto)

Las calles y los muros fueron los lugares para difundir proclamas, pasquines, libelos. Estos constituían un medio tradicional de convocatoria utilizado por quienes carecían de otros recursos o por aquellos que deseaban conservar el anonimato. Con ellos se persuadía con la eficacia del rumor, se amenazaba, satirizaba o ridiculizaba al enemigo.

Por ejemplo, en Valledupar, según carta enviada al virrey por Ruiz de Gómez, encargado de la alcaldía: “No se sabe hasta hoy quién estimula al pueblo para que desconozca la autoridad real. Todos los días aparecen pasquines que dicen: Abajo el rey, viva la libertad”. Los aparecidos sucesivamente el 26 de noviembre de 1811 en la ciudad de Santa Fe constituyen un buen ejemplo de la contienda. Apareció puesto un pasquín que decía:
“Muera el Presidente, el comandante de armas y el capitán de artillería”. En la tarde pusieron otro que decía: “Viva la regencia y vivirá el gobierno, y morirán todos los realistas así criollos como chapetones que están en lista”. Y sobre ellos el comentario de José María Caballero en su diario fue: “Lo cierto es que la gente se está insolentando de tal suerte que ya se han quitado la máscara al partido que siguen”.

Los significados de las palabras se reforzaron con símbolos, emblemas, banderas, escarapelas, monedas e himnos. También, por supuesto, la adhesión a las diferentes causas: “…aunque los contrarios a la causa común de la monarquía conservaban la divisa de Fernando Séptimo, los más osados y liberales lo quitaron o se lo fueron quitando sucesivamente, y entre tanto lo ponían hacia la parte trasera del sombrero”12. Los referentes más comunes fueron el pasado indígena americano, la Antigüedad clásica, el árbol de la libertad y las advocaciones religiosas en combinaciones extraordinarias.

Centralistas y federalistas también se enfrentaron en una batalla de palabras y persuasión, como el conocido contrapunto entre La Bagatela y el Argos Americano. Pero el debate no se restringía los papeles impresos como lo registra la carta de García Rovira a Miguel de Pombo en enero de 1813: “Trabajen proclamas, manifiestos y refutaciones, etc., sobre las iniquidades e imposturas de Nariño, para que circulando, aunque sea manuscritas, mientras tenemos imprenta, paralicemos al menos la seducción de los aristócratas”13.

En esta guerra de significados los diccionarios fueron un recurso muy importante. Aunque en numerosos artículos de prensa, y aún en bandos, se encuentran definiciones de las palabras para designar las experiencias vividas y las claves del orden por el que se luchaba, es notable, tanto por su extensión como por su lenguaje crítico y satírico, el diccionario que publicó el Anteojo de Larga Vista, el cual reproducimos en este catálogo.

El debate sobre la forma de gobierno que debía adoptarse, centralista o federalista, dio lugar a una proliferación de manifiestos y representaciones, dirigidos al Congreso o al público general, escritos por individuos o grupos que expresaban públicamente su posición respecto al ordenamiento político que debía adoptarse. Uno de los debates más frecuentes fue el del alcance de la autonomía de cada pueblo y, por tanto, cuáles pueblos tenían derecho a enviar diputados al Congreso.

Con mucha frecuencia la soberanía, la patria y la libertad fueron entendidas por los notables lugareños como propia de cada pueblo, villa o ciudad, lo cual hacía imposible depender de otra ciudad. Entre 1811 y 1812 Mompox se declaró autónoma con respecto a Cartagena; Sogamoso, Chiquinquirá, Leiva y Muzo, de Tunja; Girón y Vélez, del Socorro; Timaná, Garzón y Purificación, de Neiva. Igualmente, Honda, Ambalema y Mariquita se declararon autónomas. Las ciudades del valle del Cauca se confederaron y negaron su dependencia de Popayán. En general, las que se separaron de sus cabeceras se alinearon con la Junta Suprema de Santa Fe, un poder central, pero lejano. El argumento general fue que, disueltos los lazos con la monarquía, la soberanía se había revertido a los pueblos y ninguno de ellos estaba obligado a mantener lazos heredados del régimen anterior. Por su parte, las resistencias monárquicas a la república —notoriamente en Pasto y Santa Marta— hablaban de lealtad al rey, defendían su soberanía y también su autonomía en el sentido de no depender de las provincias republicanas ni de Santa Fe.

En el ordenamiento colonial se superponían varias divisiones jurisdiccionales que conformaban una estructura piramidal. Las gobernaciones se dividían en provincias y en estas las poblaciones se diferenciaban como ciudades, villas, pueblos, parroquias y aún sitios, entre los que había relaciones jerárquicas. Las nociones de patria y soberanía popular, que se ponen a la orden del día, se llenan de los significados coloniales de honor local y de aspiraciones de autonomía antiguas y postergadas.

Las villas y ciudades alegaban en términos como estos:

“Mompox tiene poder y luces para figurar por sí solo en el teatro político y su felicidad es incompatible con la dependencia de otra provincia”.
(“Los representantes de la provincia de Mompox al Congreso general del Reino”, pp. 8-10)

Los letrados se separaban de esa concepción de pequeñas patrias y soberanías; Frutos Joaquín Gutiérrez aclaró: “Yo no llamo patria al lugar de mi nacimiento, ni el departamento o provincia a que éste pertenece. Acaso en este sólo punto consiste el estado paralítico en que nos hallamos y del que ya es tiempo de salir si queremos librarnos de los males terribles que nos amenazan”. (Frutos Joaquín Gutiérrez a la Junta Suprema de 1810, citado por M. A. Pombo y J. J. Guerra, Constituciones de Colombia, vol. 11, 4ª edición, Bogotá, 1986, 287)

Ignacio de Herrera también criticaba: “Las provincias comienzan entonces a erigir pequeñas soberanías; algunos pueblos se les separan, quedan acéfalos; y de aquí la disolución de partidos, la anarquía y los daños todos que son consecuentes a un sistema tan perjudicial”. (Ignacio de Herrera y Vergara, “Manifiesto sobre la conducta del Congreso”, Santa Fe, 1811, Biblioteca Nacional, Fondo Quijano, nº 151, 39, 6.)

El mismo Herrera, en cambio, ensalza la Confederación de ciudades del valle del Cauca, que fue realmente excepcional, pues deponiendo antagonismos lograron unirse contra el gobernador realista de Popayán.

El espacio para el debate público, de tan reducidas dimensiones durante la Colonia, se abrió considerablemente con la llegada de la Independencia. El objetivo de la mayoría de las publicaciones era moldear la opinión ya fuera para la causa patriótica o para la realista. No obstante, la urgencia de defenderse de la reconquista española interrumpió las confrontaciones de ideas que habían desembocado en una guerra civil. Fue la llamada guerra nacional la que selló las opciones de pueblos e individuos. Muchos de quienes estaban comprometidos en la Independencia fueron fusilados en la Reconquista.

11 Diario político, n.º I, Prospecto, 1810

12 Antonio Torres y Peña (1960), Memorias sobre la revolución y sucesos de Santa Fe de Bogotá en el trastorno de la Nueva Granada y Venezuela, Bogotá, p. 132.

13 Cartas del archivo del doctor Miguel de Pombo (1811-1814), en Sergio Elías Ortiz (1960), Colección de Documentos, tercera serie, Bogotá, p. 199.