Habeas Corpus:
que tengas [un] cuerpo [para exponer]

En cuerpo y alma

Su celo por las almas no tenía límites. Gritaba por los claustros del Monasterio de Florencia: “¡Almas, Señor; dadme almas!”.
Vida de santa Magdalena de Pazzi

La palabra más casta que he escuchado: “En el verdadero amor, es el alma la que envuelve al cuerpo”.
Nietzsche, Más allá del bien y del mal

—El robot es casi perfecto… solo le falta el alma. —Te equivocas, está mejor sin alma.
Fritz Lang, Metrópolis

Y una conmoción del diafragma ofrece casi siempre mejores perspectivas al pensamiento que la conmoción del alma.
W. Benjamin

El cuerpo humano es la mejor figura del alma humana.
Ludwig Wittgenstein

¡Felices almas! cuyos demonios vivían tan cerca.
William Carlos Williams

Cuerpo quiere decir muy exactamente el alma que se siente cuerpo. O: el alma es el nombre del sentir del cuerpo.
Jean Luc Nancy

Baudelaire habla de “la moral del juguete” y de la moral del que juega con ellos: los niños indefectiblemente quieren ver su interior. Del tiempo que este impulso tome en concretarse (primera búsqueda metafísica) depende el tiempo de vida del juguete. Es posible que después del descuartizamiento no quede sino frustración: ¿pero dónde está el alma? Descartes aseguraba que estaba aposentada en la glándula pineal y Goethe creía comprobarlo en el caso del cráneo admirable de Rafael Sanzio, “admirable estructura ósea, en la cual pudo pasearse cómodamente un alma”4.

Las relaciones entre el alma y el cuerpo han pasado por diferentes enfoques a lo largo de la historia del pensamiento. ¿Pero es el cuerpo el que encierra el alma o es el alma la que encierra el cuerpo? Aristóteles advierte que no es posible definir la realidad del alma sin antes saber qué tipo de cuerpo la alberga. Lo uno condiciona lo otro. Asimismo, sostiene Aristóteles, el movimiento al que está sometido el cuerpo es el mismo que somete al alma. De aquí que los movimientos sean e-mociones, puesta en movimiento del alma, desde movimientos imperceptibles hasta fuertes con-mociones. Puede tratarse de todo tipo de movimientos, incluidos estados paradójicos tales como “reposos violentos”5.

El cuerpo puede no ser el contenedor del alma. Dice Foucault6 que el alma es la prisión del cuerpo; es el alma el verdadero carcelero y el instrumento político-ideológico que manipula y encierra al cuerpo. ¿Cómo hacer para ver el alma? ¿Cómo verla sin violentar la carne? Toda una serie de procedimientos ligados a la fotografía, durante el siglo XIX, creyeron plasmarla en diversas presentaciones: efluvios vitales, emanaciones corpusculares, excrecencias energéticas, protoplasmas lumínicos, fantasmas sicoicónicos, almas sicoextásicas, cuerpos fluidos, efectos Kirlian, auras histéricas… Esta última manifestación fue ampliamente documentada por el doctor Jean-Martin Charcot en el hospital de La Salpêtrière, donde permanecían internas 4.000 mujeres a la espera de un diagnóstico y una cura. Trabajando sobre los signos de estos cuerpos, Charcot se inventa la “histeria”, su teatro y su exhibición7.

El alma, con todas sus connotaciones filosóficas, religiosas y sicológicas, no solo fue un problema para los primeros anatomistas, lo será también para los que la quieren aliviar. Un estudiante de Charcot procedente de Viena (Freud) piensa que hay formas de acceder a lo profundo del alma a través del cuerpo, a través de los signos y síntomas del cuerpo. No es entonces el cuerpo el origen de la enfermedad del alma, es el alma la que impone al cuerpo toda suerte de manifestaciones exteriores. La dificultad es que estos signos toman forma de jeroglíficos que hay que saber descifrar.

“El lector experimentará quizá la impresión de que concedo excesiva importancia a los detalles de los síntomas y me pierdo en una innecesaria labor de interpretación. Pero he visto muy bien que la determinación de los síntomas histéricos llega realmente a sus más sutiles matices y que nunca se peca por exceso atribuyendo a los mismos un sentido. […] La sintomatología histérica puede compararse a una escritura jeroglífica que hubiéramos llegado a comprender después del descubrimiento de algunos documentos bilingües. En este alfabeto, los vómitos significan repugnancia”8.

Hay una corriente “egiptológica” en la época: también para Abel Gance, el cine es un regreso al mundo de los jeroglíficos. No solo el cuerpo histérico emite signos, todas las palabras son síntomas, todos los cuerpos hablan. El signo nos violenta, nos interpela y desencadena reacciones en dos direcciones creativas: “…moviliza la memoria, pone en movimiento el alma; pero el alma, a su vez, conmueve al pensamiento, le transmite la coacción de la sensibilidad, le fuerza a pensar la esencia…”9. Para aprender y para entender, hay que saber leer los signos. Pero el asunto no es sencillo, parece no haber método. Los signos no son todos del mismo género, no aparecen de la misma forma, no se dejan descifrar del mismo modo y no tienen una relación idéntica con su sentido. La crisis en la interpretación puede ser también la consecuencia de la pugna entre cuerpo y alma, la mutua expulsión de sus locaciones, la ruptura violenta de su convivencia (pero también de su connivencia: “confabulación, acuerdo para cometer un delito…”). Para Antonin Artaud el cuerpo es alma y el alma es cuerpo también, paso y tránsito de lo corporal a lo incorporal y viceversa, alma que se descarna y carne que se volatiliza. Pero si uno sube y la otra desciende (o al revés), entonces ocurre una dolorosa pérdida mutua y un desencuentro violento. Durante sus diez años de encierro, Artaud grita su verdad más visceral: son los cuerpos los que tienen alma y no al revés, porque el cuerpo es el principio mismo del alma. Con electrochoques quisieron hacerlo volver, convencidos de que había salido de-sí, cuando en realidad lo que hizo fue salir a-sí.

“Más para que el alma de una persona deje su cuerpo no es necesario que duerma. Puede salir también en sus horas de vigilia y entonces la enfermedad, la locura o la muerte serán los resultados”10. El trabajo del chamán o del sicoanalista es salir en busca del alma extraviada y traerla de nuevo a casa. Sin embargo, continúa Frazer, no siempre se trata de estados patológicos y no siempre las consecuencias son dramáticas. En ciertas circunstancias es posible depositar el alma en un lugar seguro mientras pasa el peligro. Pero si este lugar es lo suficientemente seguro, se podría dejar guardada allí permanentemente. De esta forma se consigue la inmortalidad pues nada puede matar su cuerpo dado que su vida ya no reside allí.

Si alguien sabe de almas y espíritus son los pueblos “primitivos”. Una anécdota muestra bien un malentendido y un desencuentro radical y eterno: un misionero-etnólogo que trabajaba en Nueva Caledonia creía entender muy bien la mentalidad primitiva, así como su propia misión, la de enseñarles el mundo del espíritu (de lo que supuestamente los “salvajes” carecían). Después de años de paciente labor pastoral, el misionero quería conocer el progreso en el aprendizaje y le dijo a uno de ellos:

—En resumen, es la noción de espíritu que aportamos a su pensamiento…

—De ningún modo —responde el nativo—, ustedes no nos han traído el espíritu, nosotros ya conocíamos su existencia, nosotros procedemos según el espíritu. Lo que ustedes nos han aportado es el cuerpo11.

¿Qué otra cosa podría pensarse después de observar esa larga procesión de mártires, martirios y martirologías de la iconografía cristiana?

4. J. W. Goethe, Viaje a Italia, Madrid, EDAF, 1981, p. 843. Gracias a Bruno Mazzoldi por esta cita.

5. Aristóteles, Acerca del alma, Madrid, Editorial Gredos, 1978, p. 146.

6. Michel Foucault, Vigilar y castigar. Nacimiento de la prisión, México, Siglo XXI, 1989.

7. Georges Didi-Hubermann, Invention de l´hysterie, París, Editions Macula, 1982.

8. Sigmund Freud, Estudios sobre la histeria, Buenos Aires, Editorial Americana, 1943, p. 82.

9. Gilles Deleuze, Proust y los signos, Barcelona, Anagrama, 1972, p. 184.

10. James Frazer, La rama dorada, Bogotá, Fondo de Cultura Económica, 1993, p. 223.

11. Jean Pierre Vernant, Entre mythe et politique, París, Editions du Seuil, 1996, p. 512.