Habeas Corpus:
que tengas [un] cuerpo [para exponer]

Corporosidad

Rompo el sello que cerraba mi carne. Quiero vivir en mis venas, en la médula de mis huesos, en el laberinto de mi cráneo. Me recluyo en mis vísceras. Me acomodo en mis excrementos, en mi sangre. En algún lugar revientan cuerpos para que yo pueda vivir en mis excrementos. En algún lugar abren cuerpos para que yo pueda estar a solas con mi sangre. Los pensamientos son llagas en mi cerebro. Mi cerebro es una cicatriz. Quiero ser una máquina. Brazos para asir piernas para andar sin dolor sin pensamiento.
Heiner Müller, Hamlet machine

Cuencas, órbitas, esfínteres, cavidades, bóvedas, ductos y conductos, fosos y fosas, invaginaciones, vacuolas, trompas… El cuerpo está lleno de huecos negros que invitan a entrar y salir. Llamativos algunos, discretos otros, localizados o dispersos en porosidades, sin fondo o ciegos, circulación de entradas y salidas. El ojo es la puerta de entrada de humores malignos. También lo son los ojetes y los ojales. “El mal de ojo” es causado por influencias nocivas que devoran el corazón de los hombres y secan las ubres de las vacas. Hay varios tipos de mal: el ojo-reventador, el ojo-secador, el ojo-bobo… El ojo es ventana de salida para la visión y puerta de entrada para las cosas vistas. Puerta (batiente) de la percepción.

La anatomía comparada muestra cómo en algunos vertebrados inferiores, la glándula pineal se desarrolla en forma de un tallo largo que se dirige hacia arriba y adelante, sale del cráneo por entre los parietales y termina debajo de la epidermis en forma de una expansión vesicular.

Microscópicamente presenta los elementos esenciales del ojo. La glándula pineal (epífisis) en los vertebrados superiores podría ser un vestigio de un ojo atrofiado. Para Bataille se trata del “ojo pineal”, este ojo rudimentario que estaba destinado a la contemplación directa del sol. Esta visión vertical era la posibilidad de mirar directamente lo que emite tanta luz que nos enceguece. Este “tercer ojo” permitiría escapar a la experiencia ordinaria de los límites humanos (escapar de la prisión del cráneo), ver más allá de lo que la fisiología y la culturización de los sentidos nos permite. Abrir o desarrollar ese “ojo” hipotético, permitiría acercarse a los límites de lo tolerable, a los límites de lo siquiera imaginable o pensable: “...en el momento que este se abre desmesuradamente ante la inmensidad del cielo azul, un vértigo espantoso provoca la ilusión de que el cuerpo mismo va a escaparse a su vez cayendo, aullando y girando hasta el fondo de ese cielo inmenso y espantoso”61.

Derrida llama “anoral” una continuidad anatómico-fisiológica que va desde la boca al ano. Como una pintura de Bacon, estamos ante una garganta muy profunda, “una extraña trayectoria entre una improbable glándula pineal y una boca de antes de la palabra, una abertura anoral”62. Boca-orificio, boca-canal, boca-ano. El hombre que grita alinea su boca con la columna vertebral, reconstruyendo una antigua anatomía animal, en el dolor o en el placer, “en las grandes ocasiones la vida humana se concentra bestialmente en la boca…”63.

Santiago de la Vorágine nos relata un castigo espantoso de inversión anoral:

“Juliano recogió cuantos vasos sagrados halló en las iglesias, los amontonó en el suelo y luego, por propia iniciativa, dirigiéndose a los presentes dijo:
—Ved para qué sirven estas cosas que sirven a los cristianos para dar culto a un hombre, hijo de una tal María. Acto seguido, el mencionado prefecto orinó sobre los sacrosantos objetos; mas en cuanto terminó de orinar su boca se convirtió en ano y durante el resto de su vida vióse obligado a expulsar por ella las deyecciones de su vientre”.64

Para el mártir (¿para el drogadicto también?) el cuerpo está de sobra, entre otras cosas porque está mal diseñado. Cabría la posibilidad de pensar este trastocamiento anoral, no como algo contra-natura sino, como lo hace Burroughs, como una necesaria corrección anatómico-fisiológica a una naturaleza poco práctica y rebuscada: “El cuerpo humano es de una ineficiencia escandalosa. En vez de tener una boca y un ano que se estropean, ¿por qué no tenemos un solo agujero para todo, para comer y para eliminar? Podríamos ocluir boca y nariz, rellenar el estómago y hacer un agujero para el aire directamente en los pulmones, que es dónde debía de haber estado desde el principio…”65. Órganos que se rebelan contra la organización del cuerpo, pensamiento fisiológico, cerebro-víscera, vísceras perceptuales.

La vista, órgano de lo lejano, se opone al gusto de lo próximo. Hay un amplio repertorio de experiencias místicas que son gustosas: Joseph Surin degusta a Dios como a moscatel, albaricoque y melón; santa Teresa de Jesús compara la llegada a Dios como llegar a lo que hay que comer y para eso es preciso quitar capas como si fuera un palmito; la monja beguina Agnes Blannbekin asegura haber probado el prepucio del niño Jesús durante una visión y comprobó su sabor a miel. Erótica de la lengua y del gusto que incorpora lo externo y lo hace certidumbre. Erótica y alimento. Glotonería del placer y la búsqueda de sentido con la boca, tan arcaica como el desarrollo ontogenético de la lombriz de tierra (un adelante y un atrás). Estirar la trompa.

Refiriéndose a lo grotesco en Rabelais, Bakhtin señala que la nariz y la boca son los rasgos grotescos del rostro humano (no así los ojos, que son interioridad). La nariz y la boca sobresalen y afloran, son excrecencias que intentan salir del cuerpo: “un rasgo grotesco se reduce, en sustancia, a una boca abierta de par en par y todo lo demás solo sirve de marco para esta boca, para este abismo corpóreo que se abre y engulle”66.

Cuerpo-uníboco, cuerpo-ventosa que no olvida lo que sabía de niño: inteligencia que proviene de la acción, operaciones senso-motoras y percepción (juntas y potenciadas mutuamente) que son operaciones de pensamiento, reflejos de succión (donde los asociacionistas solo ven efecto de repetición y los sicoanalistas conductas simbólicas) que son incorporación y asimilación. Es por eso que Benjamin concede tanta importancia a la “capacidad mimética” de los niños, haciéndola método propio para acercarse a los objetos tocando, oliendo, degustando, incorporando.

Voracidad y gula. Abrir la boca y cerrar los ojos, “—boca besadora de su boca— boca a su besar-boca al beso de su boca-antro, tumba donde todo entra —del molde de su boca su aliento fue exhalado sin palabras—”67.

61. Georges Bataille, El ojo pineal, Valencia, Pre-textos, 1979.

62. Jacques Derrida, Le toucher, Jean Luc Nancy, París, Galilée, p. 50.

63. Georges Bataille, La conjuración sagrada. Ensayos 1929-1939, Buenos Aires, Adriana Hidalgo editora, 2008, p. 67.

64. Santiago de la Vorágine, La leyenda dorada 2, Madrid, Alianza, 1982, p. 551.

65. William Burroughs, El almuerzo desnudo, Barcelona, Bruguera, 1982, p. 153.

66. Mikhail Bakhtin, La cultura popular en la Edad Media y en el Renacimiento, citado por Umberto Eco en: Historia de la fealdad, Barcelona, Lumen, 2007, p. 147.

67. James Joyce, op. cit., p. 51.