Índice

El mar y el territorio

tortuga

Yo soy Quenna, también conocido por algunos como Quitasueño: Quenna es el nombre que me dan los isleños raizales de San Andrés, Providencia y Santa Catalina, y Quitasueño es el que me dieron los colonizadores españoles hace mucho, mucho tiempo, cuando los europeos apenas comenzaban a conocer este mar que llamamos Caribe. Soy el banco de arrecifes más grande del archipiélago, y también uno de los más grandes de la región, localizado a casi 50 millas náuticas de la isla de Providencia, y parte del territorio ancestral de pesca de los isleños raizales. Me invitaron a acompañarlos por este viaje en el cual vamos a mirar cómo el mar se convierte en territorio.  

Territorio es el sitio donde vivimos, donde está nuestra casa, nuestra familia, donde realizamos nuestras actividades diarias y cotidianas, como comer, dormir, jugar, ir a la escuela o al trabajo. Todas las personas tienen un territorio. Como individuos, territorio es el espacio más próximo donde ocurre la vida de cada uno; y como comunidad, es donde se desarrolla la vida de un conjunto de personas que están unidas por lazos de familia y amistad y que, como resultado de llevar muchas generaciones compartiendo e intercambiando, han configurado una forma de ser y vivir propia y compartida, una cultura.

¿Cómo puede ser el mar un territorio? Quizá sería más correcto decir que el mar es un maritorio, una palabra que no existe, si bien hay quienes han empezado a usarla, porque la palabra territorio hace referencia a la tierra. Puede que para mucha gente, sobre todo la que vive lejos del mar, en las zonas internas de los continentes, en las montañas o los desiertos, el mar no sea un territorio. Pero ¿qué pasa cuando la gente vive en las orillas del mar?, ¿cuando su vida se desarrolla en lugares como la playa, los arrecifes o altamar?, ¿cuando entre las actividades cotidianas se incluyen la pesca y la navegación?

En efecto, los humanos no pueden vivir debajo del mar ni construir casas en él –si bien hay lugares donde la gente construye casas encima, que se llaman palafitos–, pero hay comunidades que a lo largo del tiempo aprenden a vivir del mar y a hacer muchas de sus actividades en relación con él. Una de ellas es el pueblo raizal del archipiélago de San Andrés, Providencia y Santa Catalina, que lleva varios siglos viviendo del mar y con el mar, a través de actividades como la pesca, la navegación, y otros usos dados a los ecosistemas marinos y costeros, como la playa, los litorales rocosos, los manglares, los arrecifes y las zonas más profundas.

En el mar, como vimos, comienza la historia de las islas y sus habitantes, la más antigua, de cuando las islas emergieron del fondo del océano, y la más reciente, la de los primeros habitantes indígenas, europeos y africanos; allí se configura su memoria, en sus goletas, sus cayos y bancos (como yo), sus historias de pescadores y marineros; en el mar ocurre una parte importante de la vida cotidiana, en él pasan sus días cientos de pescadores y navegantes, gracias al mar se reproduce una parte importante de la vida cultural, de la comida típica y los espacios comunitarios y de encuentro, y hasta es en parte por él que se configura una de las actividades más recientes de las islas, el turismo, ya que es por este mar de los siete colores que visitantes de todo el mundo vienen a conocer las islas.


De todas estas maneras, el mar se convierte en territorio, un mar isleño raizal, que empieza en los bisabuelos y tatarabuelos navegantes, pasando por los papás y abuelos marineros y pescadores, y llega hasta las nuevas generaciones, que aún no saben si se dedicarán a estas actividades marineras, pero que desde jóvenes aprenden a disfrutar y respetar el mar.

Yo, Quenna, junto con mis hermanos Serrana, Roncador, Sursuroeste y Estesudeste, somos también parte de ese territorio, precisamente porque hemos sido parte de la vida de los isleños desde hace más de dos siglos, desde esas épocas que recordaron la foca monje y las tortugas, cuando éramos visitados para la caza de tortugas y la recolección de huevos de aves. Prueba de esto es el gran conocimiento que tienen muchos de los navegantes y pescadores isleños sobre nosotros, quienes les han puesto nombres propios a nuestros cayos y a varios sitios del arrecife, donde saben localizarse y encontrar aquello que buscan, como también hacen en los mares más cercanos a las islas, los cuales están llenos de nombres que nos cuentan historias sobre el mar. Por esto también, porque es parte del territorio, es que todos debemos cuidar el mar, para que pueda seguir siendo ese sitio de encuentro y diversión, productor de comida y paisaje para que los ojos de todos nosotros se alegren de despertar aquí.