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El mar y la memoria

tortuga

Somos las hermanas tortuga. Nuestros nombres son hawksbill (Eretmochelys imbricata), green (Chelonia mydas) y loggerhead (Caretta caretta), como nos conocen los isleños de San Andrés, Providencia y Santa Catalina, y habitamos el mar Caribe, que es nuestra casa. Nacimos en distintas playas, a las que volvemos cada año para dejar nuestros huevitos, con el fin de que más tortuguitas como nosotras sigan nadando por este mar. Green nació en una playa de la isla de Gran Caimán; loggerhead, en la costa de Centroamérica, y hawksbill, en el banco Serrana, que forma parte de este archipiélago donde estás ahora. Hoy hemos venido a acompañarte para hacer un paseo por la memoria, porque somos animales que vivimos mucho y tenemos muchos, muchos recuerdos, de los habitantes de estas islas y su relación con el mar.

Pero, antes de comenzar, te has preguntado ¿qué es la memoria? La memoria se parece un poquito a la historia, es una historia del pasado de cada uno de nosotros. Tenemos memoria sobre nosotros, desde que nos acordamos, pero también tenemos memoria de cosas que no vivimos, y que nos contaron nuestros papás, o nuestros abuelitos. En ocasiones, cuando esos recuerdos se vuelven importantes para un grupo de personas, entonces las memorias se vuelven colectivas, y son compartidas y pasadas de generación en generación, de modo que un grupo de jovencitos de un lugar cualquiera puede tener una memoria clara de lo que hicieron sus abuelos o sus bisabuelos, cuando esta información ha logrado sobrevivir. Y algo muy bonito de la memoria es que, además de narrarnos versiones del pasado que no siempre son iguales a la que nos cuenta la historia, esa que nos enseñan en los libros de colegio, es que nos cuenta cosas del presente de los que recuerdan, como aquellas cosas que son importantes y tienen significado para la vida de las personas.

Ahora que tenemos una idea de qué es la memoria y, más aún, la memoria colectiva, podemos entonces pensar en cuál es esa memoria que une a las generaciones de isleños de San Andrés, Providencia y Santa Catalina, con el mar. Por ejemplo, si son isleños y piensan en el mar, ¿pueden encontrar alguna relación con su familia? Mientras lo piensan, queremos contarles que las memorias del mar del archipiélago, que es como hemos decidido llamarlas, tienen una estrecha relación con nosotras, las tortugas, que es la razón por la cual estamos ahora aquí.

En San Andrés y Providencia, las memorias del mar de los isleños raizales hablan mucho de nosotras, sobre todo de nuestra hermana hawksbill , quien fue especialmente importante por ser la más abundante en la zona, lo que la convirtió en la que más les gustaba para comer, y también porque su caparazón, conocido como carey, fue clave para el comercio. Las memorias de las tortugas nos llevan a los cayos del norte, del este-sureste y del sur-suroeste, donde durante siglos los isleños raizales cazaron tortugas y recolectaron huevos de otras de nuestras amigas,las aves marinas, llamadas boobies, sharewater y narding, a las cuales también se comían. La carne de tortuga, y en ocasiones la de los boobies y los sharewater, se salaba para conservarla y traerla de regreso a las islas, donde era compartida con familiares y amigos. Lo mismo ocurría con los huevos, que incluso se enviaban a Centroamérica, donde se intercambiaban por productos que no se conseguían en las islas, mientras que los caparazones de carey se mandaban a Europa, donde fabricaban joyas y adornos.

Esta memoria sobre nosotras también nos trae otros recuerdos, que tienen que ver con las Islas Caimán, que durante el siglo XIX establecieron una relación muy fuerte con el archipiélago. Estas pequeñas islas, aunque no tan pequeñas como San Andrés y Providencia, las habitaban cientos de nuestras hermanas tortugas para cuando llegaron los colonizadores europeos. Éramos tantas que los relatos de quienes vivieron en esa época cuentan que para saber si las islas estaban cerca, los navegantes guardaban silencio y escuchaban los sonidos que hacemos cuando sacamos la cabeza del agua para respirar. Como eran pequeñas y no tenían mucha agua, los europeos se demoraron en colonizarlas. Cuando finalmente vinieron los primeros habitantes, europeos y africanos, éstos se dedicaron a cazarnos, ya que las islas no eran muy buenas para otras actividades, como la agricultura. Por esto, los caimaneros se convirtieron en grandes cazadores de tortugas y navegantes, e incluso llegaron a diferentes regiones del Caribe.

Precisamente en esos viajes los caimaneros y los isleños de San Andrés, Providencia y Santa Catalina llegaron a conocerse y a volverse amigos y hasta familiares. Los caimaneros se movían por el Caribe detrás de nuestras hermanas, a las que cazaban no sólo en Gran Caimán, sino también en el sur de Cuba, en la costa de Honduras y después por toda la costa de Centroamérica, desde Honduras hasta Panamá. En algún momento del siglo XIX, más o menos hacia la mitad, los caimaneros, especialmente los navegantes de la pequeña Caimán Brac, empezaron a visitar los cayos del norte del archipiélago para cazarnos, y de allí llegaron a Providencia y Santa Catalina, donde obtenían agua potable y productos alimenticios que les servían durante sus faenas. Por esa época, también llegaron a las islas algunas familias de caimaneros para quedarse, convirtiéndose en parte de la comunidad.

Estos intercambios con los caimaneros son una parte muy importante de la memoria colectiva de los isleños del archipiélago, aunque es frecuente que nadie sepa fechas exactas de cuándo ocurrieron los hechos. Otro aspecto clave de esta memoria tiene que ver con la compra de goletas fabricadas en Gran Caimán, traídas a San Andrés y usadas para comunicar a las islas con los puertos de Centroamérica y el Caribe, pues el mar ha sido siempre la autopista que une al archipiélago con el mundo. Con las goletas vinieron también algunos capitanes caimaneros, que trajeron a sus familias o hicieron familia en las islas, estrechando los lazos entre ambos archipiélagos.

¿Y qué pasó con las tortugas? Pues nosotras continuamos siendo fundamentales para los isleños hasta hace unos cuarenta o cincuenta años, cuando se prohibió nuestra caza a escala mundial, puesto que estábamos al borde de extinguirnos, como le pasó a nuestra amiga, la foca monje. Los isleños ya no pudieron cazarnos masivamente para vender nuestro caparazón, pues ya no se permitía comprarlo, y poco a poco dejaron de hacerlo. Sin embargo, la tradición de comernos, que había sido tan importante para la cultura local, ha sido difícil de eliminar. Hoy en día, si bien estamos protegidas y no nos deben cazar, algunas personas todavía nos pescan para comernos. Eso nos preocupa, aun cuando entendemos que las tradiciones culturales son difíciles de cambiar, por lo que continuamos pensando en soluciones que puedan ayudarnos a seguir presentes en el mar de los isleños.

En lugares como Costa Rica o Gran Caimán existen iniciativas en torno a nuestra supervivencia que han conseguido no sólo repoblar los mares del mundo con nuestras hermanas, sino incluso que las personas puedan volver a comernos sin tener que esconderse, al tiempo que nos convertimos en una atracción para el turismo, pues a todos les gusta vernos, por lo lindas que somos. De todas maneras, mientras encontramos una solución local, les pedimos a los visitantes de nuestras islas que no nos coman y que no compren artículos fabricados con nosotras, como adornos de carey o aceites, ya que con esto promueven que cada vez seamos menos, en lugar de ser más.