Tapir, Georges Louis Leclerc Buffon

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Tapir, Georges Louis Leclerc Buffon, Oeuvres completes de Buffon, V.4, p. 488. Bibliteca Luis Ángel Arango, Libros Raros y Manuscritos.

 

Elefantes, Georges Louis Leclerc Buffon

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Elefantes, Georges Louis Leclerc Buffon, Oeuvres completes de Buffon, V.4, p. 50. Bibliteca Luis Ángel Arango, Libros Raros y Manuscritos.

 

Serie de tipos humanos en América

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Serie de tipos humanos en América, Georges Louis Leclerc Buffon, Oeuvres completes de Buffon. Bibliteca Luis Ángel Arango, Libros Raros y Manuscritos.

 

Serie de tipos humanos en América

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Serie de tipos humanos en América, Georges Louis Leclerc Buffon, Oeuvres completes de Buffon. Bibliteca Luis Ángel Arango, Libros Raros y Manuscritos.

 

Serie de tipos humanos en América

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Serie de tipos humanos en América, Georges Louis Leclerc Buffon, Oeuvres completes de Buffon. Bibliteca Luis Ángel Arango, Libros Raros y Manuscritos.

 

Serie de tipos humanos en América

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Serie de tipos humanos en América, Georges Louis Leclerc Buffon, Oeuvres completes de Buffon. Bibliteca Luis Ángel Arango, Libros Raros y Manuscritos.

 

Serie de tipos humanos en América

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Serie de tipos humanos en América, Georges Louis Leclerc Buffon, Oeuvres completes de Buffon. Bibliteca Luis Ángel Arango, Libros Raros y Manuscritos.

 

Historia Natural y política: conocimientos y representaciones de la naturaleza americana

— MAURICIO NIETO

“CÓMO SEA POSIBLE HABER EN INDIAS, ANIMALES QUE NO HAY EN OTRA PARTE DEL MUNDO”

El clima y su influencia sobre los seres vivos es un tópico del cual se ocuparon autores clásicos desde la Antigüedad. El tema cobró aún mayor importancia en el siglo XVI al convertirse en uno de los ejes centrales de la literatura europea sobre el Nuevo Mundo. La naturaleza americana desató preguntas que revolucionaron la historia de la ciencia europea; el padre José de Acosta ya se planteaba en 1590 el gran interrogante sobre el origen de las criaturas americanas: “Cómo sea posible haber en Indias, animales que no hay en otra parte del mundo”. Esta simple y contundente pregunta desafía no solamente la tradición clásica en geografía y en Historia Natural sino también las Sagradas Escrituras.
“Mayor dificultad hace averiguar qué principio tuvieron diversos animales que se hallan en Indias, y no se hallan en el mundo de acá. Porque si allá los produjo el Creador, no hay para qué recurrir al Arca de Noé, ni aún hubiera para qué salvar entonces todas las especies de aves y animales, si habían de criarse después de nuevo; ni tampoco parece que con la creación de los seis días, dejara Dios el mundo acabado y perfecto, si restaban nuevas especies de animales por formar, mayormente animales perfectos, y no de menor excelencia que esos otros conocidos. Pues si decimos que todas estas especies de animales se conservaron en el Arca de Noé, síguese que como esos otros animales, fueron a Indias de este mundo de acá; así también éstos, que no se hallan en otras partes del mundo.
Y siendo esto así, pregunto ¿cómo no quedó su especie de ellos por acá? ¿cómo sólo se halla donde es peregrina y extranjera? Cierto es cuestión que me ha tenido perplejo mucho tiempo”1.

Hasta la publicación del Origen de las especies, de Charles Darwin, la explicación sobre el origen y naturaleza de la vida en el Nuevo Mundo que más reputados adeptostuvo fue la de un continente más joven y una naturaleza degenerada.

En el siglo XVIII, Buffon recopiló toda clase de evidencia para mostrar que América del Sur tenía una fauna distinta de la de Europa, Asia y América del Norte. Las criaturas americanas son definitivamente distintas y en muchos casos inferiores, siendo ésta una consecuencia de su clima húmedo que tiene como efecto su degeneración; es decir que para el naturalista francés la humedad del clima resta vigor y empequeñece a los seres vivos.

Los animales del Nuevo Mundo son claramente inferiores, lo cual se hace visible en su tamaño, entre otras características.

No hay elefantes en América y no se encuentra ningún animal similar en su tamaño ni en su forma; el único que se le podría comparar lejanamente es el tapir brasileño que con ironía Buffon llama el “elefante del Nuevo Mundo” y que, según su descripción, no llega al tamaño de un ternero de seis meses o de una mula muy pequeña. Así mismo, no existen jirafas, camellos, hipopótamos ni rinocerontes en América y sus bestias más grandes son más pequeñas que las europeas.

Lo que sí se observa en el territorio americano es una proliferación de insectos y de reptiles, cuadrúpedos pequeños y seres humanos frígidos, fruto de la humedad y la podredumbre, lo cual es explicado en los siguientes términos:

“Veamos entonces por qué se encuentran grandes insectos y reptiles y pequeños cuadrúpedos, y hombres frígidos en este Nuevo Mundo. La razón está en la calidad de la tierra, en las condiciones del cielo, en los grados de calor, en la humedad, en la ubicación, en la elevación de las montañas, en la cantidad de aguas que corren o están estancadas, en la extensión de los bosques, y sobre todo en el estado bruto en el cual se encuentra la naturaleza”2.
América es un mundo “nuevo”, no sólo en el sentido de su reciente descubrimiento por parte de los europeos, sino en cuanto a su tardía aparición sobre la Tierra. América, para Buffon, permaneció más tiempo bajo las aguas del mar y, por ello, aún conserva esa humedad primigenia que mantiene al nuevo continente en estado de inmadurez e inestabilidad. El apelativo de inmadurez o decadencia para referirse a la naturaleza americana equivale a proclamar la madurez y perfección del Viejo Mundo, y éste se presenta como canon y punto de referencia para observar el planeta entero.

Las opiniones del naturalista francés sobre los seres humanos, sobre los nativos americanos, son el resultado de reflexiones similares.
“El salvaje es dócil y sus órganos reproductivos son pequeños, no tiene bello ni barba, no tiene deseos por su hembra: aunque más ligero que el Europeo por su costumbre de correr, es sin embargo menos fuerte; es también menos sensible y sin embargo más miedoso y más perezoso. No presenta vivacidad alguna, ninguna actividad del alma; la actividad corporal no es un movimiento voluntario, una mera respuesta a la necesidad; si le quitamos el hambre y la sed, se destruirá el motivo de sus movimiento, y se mantendría en reposo durante días enteros”3.
Una de las explicaciones filosóficas e históricas más contundentes sobre la superioridad europea la encontramos en la obra de Georg Wilhelm Friedrich Hegel (1770-1831). En el acápite sobre el Nuevo Mundo de las Lecciones sobre la filosofía de la historia universal, Hegel es enfático en su concepción de América como un continente inferior, débil e inmaduro:
“América se ha revelado siempre y sigue revelándose impotente en lo físico como en lo espiritual. Los indígenas, desde el desembarco de los europeos, han ido pereciendo al soplo de la actividad europea. En los animales mismos se advierte igual inferioridad que en los hombres. La fauna tiene leones, tigres, cocodrilos, etc.; pero estas fieras, aunque poseen parecido notable con las formas del viejo mundo, son sin embargo, en todos los sentidos más pequeñas, más débiles, más impotentes. Aseguran que los animales comestibles no son en el Nuevo Mundo tan nutritivos como los del viejo. Hay en América grandes rebaños de vacunos; pero la carne de vaca europea es allá considerada un bocado exquisito”4

Para este autor los americanos “viven como niños, que se limitan a existir, lejos de todo lo que signifique pensamientos y fines elevados”; carecen de cultura y viven bajo el dominio de la naturaleza, son pueblos “que perecen cuando entran en contacto con pueblos de cultura superior”5.

 

 

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1. Joseph de Acosta, Historia Natural y moral de las Indias, México, Fondo de Cultura Económica, 2004, p. 226.

2. Buffon, citado por Antonello Gerbi, La disputa del Nuevo Mundo: Historia de una polémica. 1750 – 1900, México, Fondo de Cultura Económica, 1993, p. 11, traducción nuestra.

3. Buffon, citado por Antonello Gerbi, La disputa..., p. 10, traducción nuestra.

4. G. W. F. Hegel, Lecciones sobre la filosofía de la historia universal, Madrid, Alianza Editorial, 2004, p. 171.

5. G. W. F. Hegel, Lecciones sobre..., p. 172.