La caricatura en Colombia a partir de la independencia

Curaduría
Beatríz González Aranda

Casa Republicana

diciembre 2
2009

junio 15
2010

¡Dios salve la caricatura!

Por Beatriz González Aranda

Desde la última década del siglo XX se pudo constatar que la caricatura política se había impuesto sobre la social. Caballero continuó presentando los tipos de la actual sociedad colombiana como el guerrillero, el clubman, el ama de casa, el soldado, quienes declaman solos, en un escenario neutro, los problemas del país.

En enero de 1999, el señor Francesco Vincenti, presidente del programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo se refirió al “humor, cortesía y estética” en las negociaciones de paz: “Humor, porque es el único recurso contra los rituales de la muerte y la solemnidad del poder. Quien sabe reír sabe dialogar, porque comprende que no es infalible. […] El humor, la cortesía y la estética son los peores enemigos de la guerra”119.

El tema de la guerrilla fue adoptado por los caricaturistas, a pesar del drama que traía implícito. El fracaso de la llamada zona de distensión y de la búsqueda de la paz proporcionaron material a los caricaturistas para interpretar lo imposible de las gestiones nacionales e internacionales.

Al iniciarse el siglo XXI los temas de la paz y de la guerra continuaron vigentes. Los caricaturistas se dividieron en dos grupos, aunque todos trabajaban el tema político: los tradicionales y los dibujantes de humor. El primero continúa con su estilo reconocible y aceptado por la opinión pública. Ellos son Héctor Osuna, Pepón, Antonio Caballero, Ari, Luisé y Ugo Barti.

Los más representativos del dibujo de humor, Guerreros, Mico, Rubens, Jarape, Kekar, Chócolo, Papetto, Vladdo, Mheo, Betto Valmez y sus descendientes, que en un comienzo habían desechado el tema político, se convencieron de la necesidad de tratarlo por la situación que atravesaba el país. Alfredo Garzón, Jorge Grosso y Yayo se ausentaron del país y continúan sus labores en publicaciones de humor. Guerreros dedicó su arte a publicaciones especializadas. Jarape, Mico y Garzón colaboran con El Espectador.

Caricatura y corrupción

La primera denuncia de la caricatura y del dibujo de humor en los inicios del siglo XXI, fue contra la corrupción. Los medios de comunicación, día tras día, semana tras semana encuentran nuevas pistas y causan escándalos que los caricaturistas retoman y rescatan para la reflexión. La creación de la ratonera como símbolo de la corrupción del Congreso (Pepón) causó innumerables protestas.

El defensor del lector tuvo que salir en varias oportunidades a explicar la posición del caricaturista: un congresista se sintió caricaturizado cuando salió dibujada una rata con sombrero —prenda que usa el parlamentario—. Pidió una rectificación “porque ni el momento, ni la protesta legítima que protagonicé, merece que se abuse de la posición preponderante que se tiene a partir de un medio de comunicación comoEl Tiempo120.

Ante la polémica sobre las ratas y el Congreso, el defensor del lector se pregunta: “¿Se debe conceder la rectificación? ¿Es exactamente igual una caricatura que una noticia o una nota informativa? ¿Tienen los caricaturistas unas concesiones especiales, reconocidas por los periódicos y por la sociedad? […] El defensor no debe pronunciarse sobre su contenido, ni proceder a rectificar. Sin embargo, lo que si me parece importante es que los ciudadanos que se sientan agredidos puedan expresar públicamente su posición, manifestar claramente su rechazo”121.

La intolerancia y sus víctimas

La intolerancia a la caricatura ha sido una posición muy acentuada en todo el mundo. En el presente siglo hay temas intocables, en particular los relacionados con la religión, los símbolos patrios, las etnias, las razas, las identidades regionales e inclusive los líderes políticos. Los incidentes en Dinamarca generados por unas caricaturas en las que aparece el profeta Mahoma, han exacerbado la intolerancia hasta el punto en que se ha intentado atentar contra la vida de los caricaturistas.

La defensora del lector de El Tiempo ha tenido que respaldar a los caricaturistas: la opinión pública consideró “intolerable” un fotomontaje de “El Trompo”, que representa una parodia de la Última Cena de Leonardo da Vinci. La intolerancia se expandió por las regiones de Colombia y se entablaron un sinnúmero de tutelas. Cualquier alusión la interpretaron como “falta de respeto hacia una región”. En diciembre de 2009 “El Trompo” dejó de aparecer, sin una razón válida por parte de El Tiempo.

El humor gráfico en los tiempos de Álvaro Uribe

A los pocos días de posesionado el presidente Álvaro Uribe, los humoristas gráficos se dieron cuenta de las dificultades de lograr su caricatura perfecta. “Un cambio de gobierno es el momento para afilar el humor y el escepticismo”, afirmó el caricaturista Jairo Barragán, más conocido como Naide. José María López, Pepón, dijo que apenas empieza a sentirse cerca del Uribe que quiere lograr. Harol Trujillo, Chócolo, quien no está contento con su dibujo, predijo: “El tiempo de Uribe será el de los humoristas, porque la polarización y los problemas se están agudizando. Ahí es donde estamos pendientes, como críticos que somos”122.

Cuando los caricaturistas decidieron abordar la imagen del presidente, los lectores comenzaron a protestar: “Señor Director: Vi con asombro que en la edición del jueves 12 el caricaturista Matador ridiculiza o, peor aún, trata de cobarde a nuestro presidente haciéndoles el juego a países vecinos. ¿Cómo es posible que El Tiempo permita que se falte al respeto a nuestras instituciones así sea aduciendo razones de humor? Gracias al valor del. presidente, Colombia está respirando mejor y progresando, como hacía muchos años no lo venía haciendo. Debemos apoyar a toda costa nuestras instituciones”123.

En las calles de Colombia, a pesar de que la opinión pública ha convertido en intocable la figura del presidente, se ha permitido la venta de un muñeco que lo representa y que habla y luce distintos trajes.

La colección de gráficas críticas del escudo nacional presenta versiones de distintas épocas y no todas tienen carácter político: en la primera, Alfredo Greñas elaboró en xilografía un diagnóstico del país durante la Regeneración. En la década de 1920, Pepe Gómez dibujó en forma heráldica las previsibles consecuencias de la Ley Heroica. El mismo autor convirtió el escudo nacional en una grotesca presentación del Partido Liberal en el poder. Uno de los casos modernos, durante el Frente Nacional, fue el escándalo y la orden de prisión tardía del artista Juan Cárdenas por publicar un escudo lleno de alusiones al mal gobierno. Años después, la caricatura pasó de la gráfica política al dibujo de humor de tema social cuando los jóvenes artistas utilizaron el escudo nacional para demostrar orgullo patrio por nuestros deportistas.

En cuanto a la representación del escudo, algunos lectores advierten que no se pueden estigmatizar los símbolos patrios: se “ridiculiza nuestro Escudo, colocando a quien seguramente hizo alguna proeza en bicicleta como cóndor, pero […] no le da derecho al dibujante para utilizar su figura en nuestro Escudo. Pienso, señor director, que estas cosas no se deben permitir, todos los colombianos debemos querer nuestra tierra linda y respetar nuestros símbolos patrios”124.

En el presente, en vísperas de los doscientos años de la Independencia, se duda del poder de la caricatura. Gombrich afirma que “el historiador del arte está muy contento de dejar esas imágenes desconcertantes y a menudo feas, al historiador, que quizás sepa descifrar sus alusiones recónditas a sucesos y cuestiones hace mucho tiempo olvidadas. Pero los historiadores, a su vez, piensan que tienen documentos más importantes y más significativos que estudiar en los papeles oficiales y discursos de la época, y suelen dejar las viejas caricaturas a los compiladores de historias populares ilustradas, donde esos monigotes toscos y a menudo enigmáticos se codean incómodamente con retratos, mapas y representaciones de festivales y asesinatos”125.

De nuevo surge la pregunta ¿esos “monigotes toscos y enigmáticos” como designa Gombrich a la caricatura, son un arma para tumbar Gobiernos? ¿La caricatura política pierde sentido con los años, porque se olvida la noticia que la originó? ¿La única que subsiste es la caricatura social sobre comportamientos, modas y costumbres? ¿Ha servido la gráfica crítica para formar opinión y cohesionar al común de las gentes? ¿Es un sistema pedagógico para corregir comportamientos sociales y políticos? No hay respuestas. Lo importante, después de visitar una muestra de caricatura histórica conmemorativa de los doscientos años de Independencia en Colombia, es salir de ella con más preguntas, no necesariamente con respuestas.

119. El Tiempo, Bogotá, 24 de enero de 1999.

120. Germán Rey, “Los dardos de la caricatura” en: El Tiempo, agosto 18 de 2002.

121. Ibíd.

122. “Sátira /Londoño y Santos los más caricaturizables”, en: El Tiempo, Bogotá, agosto 25 de 2002.

123. José Murillo, “Uribe no es cobarde”, en: El Tiempo, Bogotá, 14 de 2007.

124. El Tiempo, julio 29 de 1985.

125. Ernst H. Gombrich, “El arsenal del caricaturista”, en: Meditaciones sobre un caballo de juguete, Barcelona, Seix Barral, 1968, p. 63.