Exposición Andy Warhol, Mr. America / Citas

La América de Andy Warhol

Self-Portrait, 1986
Self-Portrait, 1986
Andy Warhol
© 2009 Andy Warhol Foundation for the Visual Arts / Artists Rights Society (ARS), New York

Cada cual tiene su propia idea de América, pero de fragmentos idealizados de una América que saben que existe, pero que no pueden ver. Cuando era pequeño nunca salí de Pensilvania y solía fantasear con cosas que pensaba que estaban pasando en el medio oeste, o en el sur, o en Texas, y que me estaba perdiendo. Pero sólo podemos vivir en un lugar a la vez. Y nuestra propia vida, mientras sucede, carece de atmósfera emocional hasta que se convierte en un recuerdo. Los rincones ideales de América sí la tienen porque provienen de escenas de películas, de fragmentos de canciones o de libros. Y vivimos en nuestra América de ensueño, hecha a la medida con pedazos de arte y de basura sentimental y de emociones, tanto como vivimos en la América de verdad.[1]
 
Sé que no está bien visto decir “América” para hablar de Estados Unidos. En el colegio nos enseñaron que es insultante con los demás países de América Central, del Norte y del Sur que Estados Unidos de América se llame a sí mismo América, porque eso, ¿dónde los deja? Pero a mí no me importa que en Venezuela o cualquier otro lugar se molesten. Nosotros somos los estados que pensaron en unirse y convertirse en el mejor país del mundo y somos el único país del mundo al que se le ocurrió convertir esa palabra en parte de nuestro nombre. Brasil no se llama Brasil de América. Así que tenemos todo el derecho de llamarnos América para abreviar, cuando se nos dé la gana. Es una palabra hermosa y todo el mundo sabe que se refiere a nosotros.[2]

La idea de América resulta tan maravillosa porque entre más parecido sea algo, más americano es. [3]

Adoro a América y este es un comentario sobre ella. Mi imagen quiere establecer los símbolos de los productos ásperos e impersonales y de los presuntuosos objetos materiales sobre los cuales está construida la América de hoy. Es una proyección de todo lo que puede ser comprado y vendido, de los símbolos prácticos pero efímeros que nos sostienen.[4]

Dejábamos que cualquiera que así lo quisiera viniera a América porque los necesitábamos para construir los rascacielos y los ferrocarriles y para hacer todo el trabajo sucio que la gente que ya estaba aquí no quería hacer. Y ahora dicen que con un desempleo tan alto no deberíamos dejar entrar a nadie más y que deberíamos expulsar a todo el que no esté aquí legalmente.
Pero a mí me parece que seguimos permitiendo que los inmigrantes hagan todo el trabajo que los “americanos” no quieren hacer. Cuando estuve en California me di cuenta de que la gente estaba aprendiendo español para poder hablar con las criadas, y que los que hacían los trabajos verdaderamente aburridos en la industria electrónica eran todos inmigrantes. Y si el desempleo es tan grave que no podemos permitir que entren más personas, ¿cómo es que todas las criadas son hispanas, y cómo es que todos los meses se abre una tienda coreana de verduras en Nueva York, y cómo es que los mexicanos siguen arriesgando su libertad y sus vidas para cruzar la frontera y conseguir trabajo en Estados Unidos?
Supongo que en todos los países sucede que si uno está orgulloso del lugar donde vive y piensa que es especial, entonces uno quiere sentirse especial sólo por vivir ahí, y uno quiere demostrar que es especial en comparación con otros. O quizás uno piense que el lugar es tan especial que a otros no se les debería permitir vivir ahí, o, si viven ahí, no se les debería permitir decir ciertas cosas o tener ciertas ideas.
Pero esta forma de pensar es exactamente lo opuesto de lo que América significa. Todos vinimos de otras partes, y a todo el que quiera vivir en América y obedecer las leyes debería permitírsele hacerlo también, y no se puede hablar de ser más o menos americano, sino simplemente americano.[5]

Me considero un artista americano. Me gusta estar aquí, creo que es genial. Es fantástico. (...) Siento que represento a Estados Unidos en mi arte pero no soy un crítico social: me limito a pintar esos objetos en mis pinturas porque esas son las cosas que mejor conozco. No pretendo criticar a Estados Unidos de ninguna manera, no pretendo en absoluto mostrar la fealdad.[6]

Estados Unidos tiene la costumbre de volver heroico a cualquiera, o a cualquier cosa, y eso es genial. Uno podría hacer cualquier cosa aquí. O no hacer nada.[7]

Cuando uno abandona la ciudad y sale al campo, siente siempre la tentación de exclamar “esta es la verdadera América”. El aire huele tan bien y toda esa tierra monótona se ve tan pacífica y uno recuerda todas las cosas maravillosas de estar lejos de la ciudad y que todo esté quieto y tranquilo, para variar.
Se topa uno con la gente que vive en el campo y piensa, “estos son los americanos de verdad”. Tienen los rostros curtidos que uno ha visto en los retratos de los pioneros, y de los primeros colonos del Oeste. Viven en casas de madera en esos pueblitos que imaginamos son la espina dorsal de América. Y hacen trabajos “reales”: son mecánicos, médicos rurales, bomberos, plomeros. Y los granjeros viven y trabajan en granjas que son como las de las películas, con pastizales ondulantes y graneros rojos y silos plateados y ganado que pace. Y uno siente que sus vidas de alguna manera son más importantes y profundas que la de uno, y que uno se está perdiendo de algo verdaderamente importante al vivir en la ciudad.
Después, si uno se queda un rato más, se da cuenta de otras cosas. Quizás uno de los campesinos que uno conoce es un viejo cuyos hijos ya crecieron y se fueron y la esposa murió hace tiempo, de manera que han pasado muchos años viviendo en medio de la nada, completamente apartados de todo. Empiezan a parecerse a los que no tienen hogar en las ciudades, porque ven muy poco a los demás y empiezan a volverse un poco chiflados. Cuando lo conocen a uno mejor y uno empieza a caerles bien, le cuentan algunas de las ideas que no han logrado verbalizar en años, y entre más los oye uno más se da cuenta de que esa persona está realmente loca. Sus pensamientos se han estado estrellando unos contra otros por ausencia de opiniones exteriores, y sus fantasías, así como lo que piensan del mundo exterior, se han vuelto chifladas, tan chifladas como las de los vagabundos que se ven por las calles de cualquier ciudad, que hablan solos y gritan sin ninguna razón.
Exactamente lo mismo sucede si uno va a los suburbios. Por todos lados se ven las casas, los antejardines verdes con rociadores, los aparatos infantiles en los patios de atrás, los niños que van al colegio en bicicleta, el cartero que se acerca con una sonrisa, una mujer que descarga las bolsas de comestibles de su camioneta, y uno no puede menos que pensar, “esta es la América de verdad” (...).
Pero después le cuentan los detalles. Uno descubre que el hombre gentil que siempre tenía goma de mascar para regalar se desquició y mató a su esposa, que el ministro de la iglesia a la cual uno asistió de niño es un borracho y ha estrellado tres carros con pérdida total. Uno descubre que los padres de tu mejor amigo, que siempre fueron maravillosos, se están divorciando, que la mujer de la cual uno siempre pensó que era el ama de casa más común y corriente huyó a Canadá con otro hombre. Uno descubre que la niña que a uno le gustaba en la escuela elemental es una fanática religiosa que vive en la India con la cabeza calva.
(...) Nadie en América vive una vida común y corriente. Y la América de verdad es ese lugar de Estados Unidos donde uno tiene que estar cuando empieza a cuestionar el tema.[8]

El gueto no es bueno para América. Está mal que la gente del mismo tipo viva en el mismo lugar. No debería haber ese apiñamiento de los mismos grupos consumiendo la misma comida. En América es bueno mezclarse. Si fuera presidente, haría que la gente se mezclara más, circulara más. Pero América es un país libre y no puedo obligarlos.[9]

El presidente, las revistas, la televisión: lo único que quieren es captar el ánimo de América en el momento, reflejarlo y decirle a quienes no se sientan igual que lo superen y empiecen a sentirse americanos como todo el mundo.[10]

Según un estudio reciente del Rockefeller Fund, los estadounidenses destinan 2,5 por ciento de sus ingresos a la caridad. En Europa ser rico consiste en tener más dinero que los demás y no se supone que uno lo regale, pero para los estadounidenses las fiestas de caridad son una buena manera de dejar que la gente se sienta piadosa, y ajustando la tarifa de admisión al “evento” de caridad, se controla el estatus de las personas que asisten. Así, pueden ser parte de un grupo del que de otra forma no podrían. Es una manera de adquirir participación en la cultura. Los estadounidenses no tienen una estructura social claramente definida, por lo que es posible ser muy exitoso aquí ofreciendo fiestas de caridad. Obviamente que todo es por buenas causas, pero si a la cabecera de la mesa de alguien fuera a estar, por ejemplo, el asistente de champú de su estilista, ella no pagaría la misma cantidad de dinero que si fuera a estar Jackie Onassis.[11]

Traducción: Margarita Valencia y Germán Gónzalez

notas

[1] America, 8.
[2] Ibíd., 17
[3] The Philosophy of Andy Warhol (From A to B and Back Again), 101.
[4] Buchloh, 37.
[5] America, 223.
[6] IBYM, 94.
[7] Ibíd., 94.
[8] America, 171, 174, 176
[9] The Philosophy of Andy Warhol (From A to B and Back Again), 155.
[10] America, 152.
[11] Andy Warhol’s Party Book [Libro de fiestas de Andy Warhol], 143.

Ver Bibliografía