El auge de la hegemonía política y social estadounidense en los años de posguerra no puede ser verdaderamente calculado sin una seria discusión sobre los puntos de referencia culturales de los que se valió el Departamento de Estado en su campaña de conquista del mundo. Numerosos estudiosos han examinado con cuidado la decisión de hacer en todo el mundo numerosas exposiciones itinerantes del arte expresionista abstracto estadounidense, casi inmediatamente después de la firma de los tratados de paz con Alemania y Japón. Además, aunque no hay duda de que el estilo abstracto prevaleció internacionalmente durante casi una década, apoyado por los críticos más jingoístas y agresivos jamás vistos, fue sólo con el rayar del movimiento estadounidense del arte pop, a principios de la década de los sesenta, que se produjo un cambio crucial. Si este tsunami pop tuvo un líder fue, sin duda, Andy Warhol.
Es cierto que el expresionismo abstracto tuvo su origen en los centros urbanos de los Estados Unidos, pero como carecía de un tema observable o de una referencia verificable se pudo extender por el mundo como una pandemia cultural, asumiendo el dialecto local dondequiera que aparecía. Aunque se diga que el alcance universal del arte pop era similar, es incontrovertible que incluso los estilos pop más regionalistas siempre olían, o más bien apestaban, a producto cultural estadounidense. Si la fuerza que promovía la expansión universal del expresionismo abstracto era el Gobierno entrometido, el motor que movía y sostuvo el arte pop fue el consumismo estadounidense. La prolongada avidez por la Coca-Cola o la sopa Campbell en las economías en creciente desarrollo del Tercer Mundo y de una Europa Occidental en proceso de reconstrucción, trajo consigo una fascinación concomitante por las imágenes de estos productos, así como por las de las estrellas de las películas y del rock and roll estadounidenses, y nadie ofrecía un despliegue más amplio de estas imágenes que Andy Warhol, quien ciertamente era el “Mr. America” al que alude el título de esta exposición. Aunque los tres primeros años del Gobierno de John F. Kennedy le ofrecieron a Warhol —y al país— una espléndida apertura con sus sugerencias de glamour, sexualidad y diversión, el bajón del “sueño americano” que siguió al asesinato del presidente le brindó al artista una nueva gama de imágenes que expresaban claramente la otra cara del espíritu estadounidense.
El final de la década de los sesenta arrastraría a Andy Warhol a un remolino de evaluaciones, refinamientos e irónicas especulaciones sobre la condición humana.
Con ocasión de esta primera gran exposición itinerante en América Latina, desde la prematura muerte del artista en marzo de 1987, el público, ya sea académico o iniciado, tendrá la oportunidad de ahondar en la rica obra de Andy Warhol. The Andy Warhol Museum se siente especialmente orgulloso de ser la fuente del arte y las obras de archivo que se incluyen en la exposición. En nuestro decimoquinto aniversario, vemos no una disminución, sino más bien una vital explosión de interés en el hombre y su arte, que es inextinguible. La exposición, aunque diversa y abundante, es sólo un abrebocas y es de esperar que los espectadores tengan la oportunidad de visitar The Andy Warhol Museum en su sede de Pittsburgh, Pennsylvania. Entretanto, disfruten la exposición y este catálogo, y luego entren a www.warhol.org y vivan el siempre cambiante espejo del mundo que es Andy Warhol. Él opinó una vez que “en el futuro, todo el mundo será famoso por quince minutos”. Aunque esta máxima ciertamente suena cierta, su fama proseguirá por siglos.
Traducción: Nicolás Suescún